25 julio 2009

ALICANTE: UNA CIUDAD BOMBARDEADA (3ª PARTE)

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Autores:
Begoña García y Jordi Henales
Fotografías:
Extraídas del documento original, con permiso de sus autores.
Agradecimientos:
Miguel Ángel Pérez Oca, escritor.
RESPUESTA DE LA POBLACIÓN CIVIL.
            
Como es de imaginar, la población vivía bajo el temor de perder la vida en cualquiera de los ataques aéreos. Muchos ciudadanos habían tenido que contemplar con horror como muchos de sus familiares, amigos y vecinos, quedaban destrozados tras la caída de los mortíferos proyectiles. Muchos niños pasaron tres años de su infancia descubriendo cuerpos destrozados entre los escombros.
                
Berna, una niña de apenas 9 años tuvo que ver todo esto. “Hubo muchos destrozos, ¡uy, ya lo creo!, en el Raval Roig de miedo. Cuando salías del refugio, y mirabas el Raval Roig, ¡Madre mía de mi vida! Todo lleno de metralla, todo lleno... En un bombardeo, cuando salimos y había... venía un hombre con su carrito, no se que vendía, y venía con un carro  y un burrico,  siempre por el Raval Roig,  pues cuando salimos una vez del refugio lo habían... las bombas lo habían cogido, lo mataron, y estaba así, él, el burrico y el carro”.
                
Pero el momento de mayor pánico era cuando sonaban las sirenas. Berna recuerda que en cuanto sonaba la sirena lo primero que cogía era un palito que llevaba colgado al cuello y se lo metía en la boca para evitar morderse, el palito le temblaba por el miedo. “El día que bombardearon, el de las 36 horas, eso fue horrible, horrible. Yo recuerdo que mi madre nos sacó y estaba lloviendo y nos empujaba, y yo gritaba. A mi hermana la mayor, le gritaba para sacarla de la cama, ¡Carmina, hija, Carmina, venga, levántate, que están bombardeando! ¡Carmina, venga, que ha tocao la sirena! Y mi hermana ¿qué?, y puff, se dejaba caer. Eso porque le daba mucho miedo. Entonces, bajaba por la escalera, y en cuanto veíamos que los aviones habían pasao, uuuuuf, echábamos a correr y nos íbamos al refugio. El  día de las 36 horas yo, ni sé si pudimos salir a comer”. “A mí me daba pánico, yo pensaba :”Si yo salgo y me viene una bomba en el mismo momento y me cae...” Es que esas bengalas tu no sabes el resplandor que daban, Y como allí en el barrio bombardeaban tanto, tiraban tantas bombas, pues daba pánico, ¿tú sabes lo que es eso?”
                           
Los cuantiosos bombardeos que sufría la ciudad de Alicante hicieron mella en la población. Movidos por el instinto de supervivencia, como medida de seguridad, muchos alicantinos enfilaban al atardecer, tras la jornada laboral, un cotidiano éxodo hacia las partidas y pueblos cercanos. Se distanciaban de la capital en los tranvías que cubrían los trayectos a Mutxamel y Sant Joan, y en el autobús “la Paloma”, que los llevaba a la cercana San Vicente, o bien se iban en bicicletas o sencillamente a pie.
                  
Muchas de estas personas salían hacia el exterior de la ciudad para volver al trabajo la mañana siguiente. Un buen número de ellas eran niños. Los padres, preocupados por salvaguardar la vida de sus hijos, los enviaban con familiares o conocidos a otras poblaciones, mientras ellos quedaban en la ciudad, aun a riesgo de sus vidas. Debían seguir trabajando para darles de comer a esos niños.
                
"Mi madre, se puso a trabajar en San Juan, en el hotel, y luego hicieron una guardería, donde vinieron los niños de Madrid,  le decían la colonia madrileña. Y mi madre iba a trabajar a aquel hotel, y ¿qué hacía?, ella nos dejaba en casa, pero, ¡dejaba la puerta cerrada!Y si venía el bombardeo, como un día que nos cogió allí. Mi hermano estaba cosiéndose un zapato o algo, y dijo: Mira que si ahora vinieran las bombas, aquí encerraos. Y así fue.”, recuerda Berna. “La cuestión es que pasamos allí... Pero mi madre ya tomó miedo y ¿qué hacía?, que nos llevaba con ella. Tenía yo una tía, que en San Juan tenía una casa de campo grande, y ya terminamos por ir allí. Bajábamos aquí a Alicante, pero estábamos allí. Claro, mi madre no nos llevaba todos los días a San Juan, nos llevaba a dos un día, a dos otro día, y se quedaban aquí en Alicante mi hermana la mayor y mi hermano el mayor también.”
    
Manolo era un niño pequeño, tendría 5 años cuando empezaron los bombardeos “A los pocos días de empezar los bombardeos, mis padres me llevaron al río Montnegre y allí pasé la guerra. Desde allí sí que oía los bombardeos. Me ponía a llorar porque sabía que mis padres y mi hermana estaban aquí. A mitad de la guerra, cogieron una casa en el río e iban y venían al Mercado central.”
                             
No sólo abandonaba la ciudad la población civil, en las Actas Municipales se pueden observar diversas quejas de concejales que protestan ante el abandono de sus puestos de algunos de sus colegas. El miedo alcanzaba a todos.
               
LA “QUINTA COLUMNA”
           
El miedo de la castigada población alicantina hacía correr rumores sobre la existencia de una “quinta columna”, fascistas que de manera oculta, prestaban su ayuda a los sediciosos de diversas maneras. Se decía que las baterías instaladas en el Castillo de San Fernando no derribaban nunca ningún avión nacionalista porque sus dotaciones estaban integradas por quintacolumnistas. La gente decía que los aviones de Rabasa aparecían horas después de que cesara el bombardeo, incluso hubo quien afirmaba que cuando corrían hacia los refugios se les disparaba desde las ventanas.
                      
Es difícil saber con exactitud la existencia de esta “quinta columna”. Pero en el hablar popular se estaba convencido de ello. Enrique Cerdán Tato recoge el testimonio de Pablo Portes: “La hubo, pero claramente. Un teniente de la batería antiaérea emplazado en el Castillo de San Fernando era, sin duda, un fascista enmascarado. No recuerdo su nombre, pero existen pruebas de ello. Además, a pesar de la prohibición de encender las luces por la noche, en ocasiones se iluminaban los objetivos desde tierra, para guiar a los aparatos enemigos”.
           
Manolo García oía comentarios después de la guerra sobre que rápidamente mucha gente cambió de bando. “ Estaba el coche de la calavera, eso lo he conocido yo, era un Fiat y los laterales no tenían puertas. Iba la Guardia de Asalto, y por la noche tocaban a la puerta y cuando bajaba el que buscaban, se lo llevaban. El chófer de uno de esos coches, que era rojo, cuando se acabó la guerra, en la primera procesión que salió de Santa María y con camisa azul y lleno de medallas, iba él.
                    
Las referencias más claras las recoge la prensa. El diario Nuestra Bandera publica una noticia referente a la “quinta columna”, informando de que está haciendo una labor derrotista, protestando de que los soldados y fuerzas armadas se lleven su ración diaria de pan, promoviendo alborotos. Se invita a la población a que “ ahoguen en su nacimiento cualquier manifestación de protesta injustificada, cualquier acción consciente de la quinta columna.”
                     
Se sigue investigando al respecto de la “quinta columna”, pero también es cierto que el armamento defensivo disponible contra la aviación situado en San Fernando y en la Serra Grossa, eran insuficientes y anticuados y estaban bastante deteriorados.
              
LA VIDA COTIDIANA BAJO LAS BOMBAS. 

A pesar del miedo a los posibles ataques, la vida debía continuar. Manolo y Justa seguían yendo a vender sus mercancías al Mercado Central, María Antón y su madre venían a diario a la ciudad andando desde El Altet a cambiar huevos y conejos por azúcar, su padre continuaba trabajando en la fábrica de Cross, y la ciudad proseguía con sus quehaceres diarios, se mantenía un ambiente de normalidad, pero siempre alerta.
            
Los cafés y los bares seguían funcionando, con parroquianos que comentaban los sucesos del día, los teatros continuaban ofreciendo sus espectáculos, anunciados en la prensa, para aquellos que querían gozar de un momento de respiro.
                  
Sin embargo, no todo continuaba con normalidad, los colegios tuvieron que cerrarse por el peligro de los bombardeos. “Yo recuerdo que mis hermanos los mayores, y yo, que también he ido, pero salía antes, íbamos a la Escuela Modelo, y mi madre nos llevaba por detrás del Castillo, yo estaba en párvulos. Y empezaron a bombardear tanto, que nos daba miedo. Y estuvimos yendo luego a los colegios que habían en el Raval Roig, pero ya al final tuvimos que dejar de ir también, y los cerraron, porque como era ya más continuo, pues los cerraron.” , nos contaba Berna.
                    
Debido a la necesidad de protección de la población, muchos vecinos de la ciudad que tenían posibilidades y lugares adecuados para ello, decidieron hacer refugios en sus casas. Estos refugios no eran sólo utilizados en su propio beneficio, sino que abrían sus puertas a quien estuviera en peligro. Los vecinos de Manolo García hicieron uno de ellos. “ Se liaron a cavar un hoyo de 2 o 3 metros y luego hicieron como una cueva. Hoy pienso que no sería efectivo para nada, pero allí se refugiaban mucho”.
             
Uno de los días que María, de 14 años, acompañaba a su madre desde El Altet, pasando por el barrio de San Antón, les sorprendió un bombardeo. “Allí tenían los refugios dentro de la casa, entraban bajo el Castillo y allí nos metimos. Fue una señora la que nos dijo: “pasen, pasen” y nos metimos en la casa”.
                       
Sin embargo, María vivió una situación en la que esta solidaridad no quedó tan patente. A pesar de las normas que indicaban que los niños y las mujeres tenían preferencia para entrar en los refugios, se encuentran varias denuncias al respecto. María protagonizó uno de estos momentos de descontrol. “Estábamos dentro del refugio de la Plaza del Carmen, tocó la retirada y salió la gente, y en eso, cayeron las bombas y la sirena sonó a la vez. Todos queríamos entrar otra vez, a mi me hicieron el brazo polvo, la gente se mataba por entrar, y alli quedó gente tirada en el suelo a la entrada. Cuando venían las bombas...”
               
Donde se apreciaba esta solidaridad era en determinados refugios, como en el Raval Roig, donde los niños jugaban en la puerta a pesar de las normas, cantando canciones como “Dicen que la Pasionaria se ha casado con Negrín, dicen que ha tenido un hijo y que le han puesto resistir. Resistir, resistir, con un plato de lentejas, resistir, resistir, y si no quieres las dejas”  y jugando a la cuerda. Y sobre todo, se observaba en la atención a las mujeres ancianas o con alguna discapacidad, que vivían dentro del refugio, con mecedoras y camastros de las casas, llevándoles los vecinos lo que podían para alimentarlas. Estas acciones se repetían en diversos refugios, ya que en las Actas Municipales se encuentran varias denuncias de los vigilantes de los refugios sobre que hay personas que pernoctan o viven en ellos. También se encuentran las que informan de la poca higiene de algunos vecinos e incluso de quien hace sus necesidades dentro del refugio. Pero todo ello no impedía que los vecinos se ayudaran unos a otros, que los niños estuvieran en las puertas de los refugios y que las personas que no tenían movilidad fueran ayudadas por el resto del vecindario.
                    
“MITOS Y LEYENDAS”
        
En los momentos de incertidumbre de la población, cuando se sienten desinformados, cuando en realidad muchos de ellos no saben lo que ocurre, aparecen las leyendas.
             
En el caso de los bombardeos también aparecen. Hay quien cuenta que se iba corriendo el rumor de que a José Antonio ya lo trajeron muerto, que el bombardeo de la CAMPSA no tenía nada que ver con su fusilamiento, que había sido sin ningún motivo.
                    
Por otro lado, en el Mercado Central corría la historia de que el bombardeo del 25 de mayo fue provocado por un acto violento que se realizó poco antes. Manolo nos recogía el rumor: “El caso es que hubo una señora que dijeron que era fascista. Unos dijeron: “esa, esa, que es una pandolga”, que era religiosa, y la cogieron y la ahogaron con una cuerda y la tiraron a un cubo de la basura. Poco después fue el bombardeo, y se dijo que fue una venganza por lo que le había ocurrido a esa señora.”
                         
CONCLUSIONES.               
Tras el análisis de las fuentes consultadas y su exposición en los puntos anteriores, se llega a determinadas conclusiones de lo que supusieron estos ataques a la ciudad del Alicante.
            
En primer lugar, queda claramente demostrado que los objetivos de los ataques de la aviación fascista no fueron de carácter militar, ya que la ciudad no contaba con infraestructuras que se pudieran considerar objetivos militares, y en caso de considerar alguno, como las estaciones de ferrocarril, la CAMPSA o el aeródromo de Rabasa, estos lugares fueron mínimamente atacados en comparación con los ataques deliberados a la población. Respecto a los bombardeos sufridos por el Puerto, la mayoría de ellos coinciden con ataques a la ciudad, por lo que se deduce que el principal objetivo era la población, descargando las bombas que les quedaban en el Puerto a su regreso a la base en Mallorca. Es mucho más evidente ésto tras el “bombardeo del Pan”, claramente destinado a minar la moral de la población alicantina, lo cual no se consiguió pese a la crueldad a la que se vio sometida.
               
A través de lo expuesto sobre las autoridades civiles y los testimonios, se puede observar que Alicante era una ciudad que no estaba preparada para protegerse de los ataques aéreos, destacando la gran dificultad que se sufrió para poder construir refugios y las malas condiciones de la artillería antiaérea, mostrando un gran déficit tanto económico como logístico.
                                      
Cabe destacar el papel de las mujeres en la retaguardia alicantina, siendo ellas las que se encargan de la seguridad de los niños, de la protección de los vecinos más desfavorecidos y de continuar trabajando para alimentar a sus familias a pesar del miedo.
                          
No hemos de olvidar que Alicante fue un campo de experimentación de nuevas técnicas de guerra que serían aplicadas en la II guerra mundial poco tiempo después.
                      
Por último, destacar que se realizó un intento de modernización del Cuerpo de Bomberos, con nuevos materiales y una mayor eficacia.

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FUENTES BIBLIOGRAFICAS. 
-Cutillas Bernal, E., Crónica de la muy ilustre ciudad de Alicante. Tomo II, 1936-1999, Alicante, Excemo. Ayuntamiento municipal de Alicante, 2003. 
-Gómez Serrano, E., Diarios de la guerra civil (1936-1939),Alicante, UA, 2008. 
-Moreno Sáez, F., (dir.), Historia de Alicante. Tomo II, Alicante, Ayuntamiento de Alicante, Diario Información, 1990. 
-Pérez Oca, M.A., 25 de mayo, la tragedia olvidada, San Vicente del Raspeig (Alicante), Club universitario, 2005. 
-Sánchez Recio,G., Moreno Sáez, F,.(coord.), Historia de la Ciudad de Alicante. Edad Contemporánea IV,Alicante, Patronato municipal para la conmemoración del 5º centenario de la Ciudad de Alicante. 1990.
         
PRENSA Y REVISTAS. 
-Cerdán Tato, E., “Alicante, la masacre de los savioa”,Canelobre, nº 7/8, Alicante, 1986. 
-Moreno Sáez, F., “Alicante, una provincia de la retaguardia republicana”, 1939, la guerra acaba en Alicante, Suplemento Diario Información, Alicante, Prensa Alicantina,S.A.U., 2009. 
-Avance,1937-1939. 
-Liberación, 1937-1939. 
-Nuestra Bandera, 1937-1939.
      
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