09 junio 2011

EL TRÁFICO DE ESCLAVOS EN EL ALICANTE DE 1572 (I)

Otro año de guerra en el Mediterráneo.

A lo largo de la Historia de la Humanidad el Mediterráneo ha sido uno de los escenarios predilectos de la guerra, que ha cincelado sus civilizaciones. Las alternativas bélicas han alterado la Rueda de la Fortuna a placer. Han degradado al libre en esclavo, según advertía el viejo Aristóteles, y han alimentado a placer una economía canallesca fundamentada en la acumulación primitiva de capital.

En el siglo XVI colisionaron en las aguas del Mar Interior las fuerzas del Imperio español y del otomano. Los turcos otomanos amenazaban la Europa Central desde sus conquistas húngaras, y las penínsulas ibérica e itálica desde sus dominios norteafricanos, como la regencia de Argel. Los reinos españoles de la universal y comprometida Monarquía de los Habsburgo en no pocas ocasiones se sintieron abandonados ante las recias acometidas de los corsarios berberiscos, implacables saqueadores de lugares costeros y esclavizadores de seres humanos. En el Reino de Valencia la sensación de angustiosa inseguridad se acrecía ante la presencia de una nutrida población criptomusulmana de moriscos, sospechosa de cooperar con el enemigo.

Entre 1565 y 1572 se vivieron momentos muy críticos, entre el fracaso otomano en Malta y la pérdida definitiva de la Chipre veneciana. Los moriscos del Reino de Granada se alzaron en armas de 1568 a 1570, y la regencia argelina aprovechó la oportunidad para conquistar el protectorado español de Túnez. Se temió una segunda Pérdida de España ante el Islam en algunos círculos. En 1571 las fuerzas de la Santa Liga (España, Venecia y el Pontificado) alcanzaron la resonante victoria de Lepanto, que señaló el comienzo del declive otomano.

Monasterio de la Santa Faz (foto: Blog Sosegaos)

Los alicantinos estuvieron presentes en Lepanto y celebraron su resultado, ya que vivían en estado de alerta desde hacía mucho tiempo. El venerado monasterio de la Santa Faz adquiría la forma de fortaleza en una Huerta erizada de torres de protección y vigilancia. La guerra contra el turco consolidó las vías de enriquecimiento esclavista procedentes de la Edad Media.

La plaza de Alicante y el comercio mediterráneo de esclavos en la España imperial.

Alicante se emplazaba en la insegura frontera mediterránea de la Cristiandad desde la conquista alfonsí. Las empresas políticas y militares de los Reyes Católicos aplacaron la amenaza del corsarismo castellano con base en Cartagena y aniquilaron el de la Granada nasrí. La expansión española en el Norte de África hizo concebir grandes proyectos, que nunca se cumplieron.

La insurrección de los moriscos del Reino de Granada recreó situaciones pasadas, y desde Lorca a la Gobernación de Orihuela el vecindario cristiano se puso en pie de guerra. Las banderas de las huestes municipales se siguieron tanto por obligación como por deseo de lucro, pues la lucha se desgranaba en una pléyade de combates locales de singular dureza en los que se ventiló la aniquilación del adversario y la esclavización de los desdichados supervivientes. Los alicantinos intervinieron en la zona de Almería especialmente, anticipando algunos de los comportamientos de los que harían gala durante la campaña de Laguar (1609). Tampoco desdeñaron los comerciantes de una plaza tan mercantil como la nuestra traficar con armas en aquella ocasión, y en 1570 vendieron partidas de arcabuces al municipio de Orihuela, encargado de distribuirlos por otras localidades valencianas.

El negocio de la guerra y de la esclavización se entiende mejor al explicarse la inserción de Alicante en el sistema militar del Reino de Valencia y en la estrategia mediterránea de la España de Felipe II, puntos esenciales de la correspondencia del Rey Prudente con sus virreyes.

El Benacantil desde la Muntanyeta

La alta consideración del castillo del Benacantil imprimió valor militar de primer orden a nuestro puerto, ya que era el punto de conexión obligado con las plazas avanzadas de Ibiza y de Orán, además de un eslabón esencial entre Cartagena y Barcelona. Emplazada en lo que Braudel calificó de Canal de la Mancha del Mediterráneo, Alicante nunca permaneció ajena a lo acontecido en el Estrecho de Gibraltar, una de las llaves del comercio con las Indias. En 1576 las galeras reales que custodiaban el trayecto del Puerto de Santa María, Melilla, Málaga y Cartagena se reforzaron con gentes de guerra de varios municipios gaditanos ante la amenaza de cincuenta galeras argelinas organizadas en escuadras de cinco a seis naves. A fines del XVI algunos patricios alicantinos sirvieron en los galeones atlánticos del rey de las Españas.

Los municipios de esta extensa área fronteriza cooperaron entre sí de la mejor manera posible. Toda novedad inquietante se notificó a los demás en embarcaciones rápidas lo antes posible. Ante un desembarco de fuerzas superiores enemigas en un punto del Reino, las localidades vecinas asignadas enviaron tropas de socorro. Los rebatos contra el berberisco en la marina obligaron a las oligarquías municipales de la Gobernación de Orihuela a disponer de caballos para continuar difrutando de sus honores, y suavizaron a veces las restricciones mercantiles entre Valencia y Castilla. En 1599 al lugarteniente del gobernador don Luis Togores se le permitió importar de Castilla dos caballos con tal fin.

El peligro, sin embargo, no evitó las disputas entre unos municipios muy atentos a la conservación de sus privilegios y dirigidos por minorías exclusivistas, especialmente en lo tocante a la satisfacción de los dispendios defensivos. En estos casos la monarquía actuó a través de sus virreyes y otros servidores en calidad de juez superior que limaba asperezas dentro de la legalidad foral vigente, y de estratega que coordinaba el esfuerzo de guerra contra el Imperio otomano. Sus comisarios de guerra supervisaron los pagos por diferentes conceptos, el correcto estacionamiento de compañías en sus cuarteles, las llegadas de las naves cargadas de grano, la elaboración del bizcocho para las tripulaciones de la armada, los traslados de galeotes, etc. En recompensa de sus desvelos consiguieron a veces jugosas licencias comerciales: el alférez Zúñiga, atento a la ligazón de Orán con nuestra costa, llevó a la mismísima Argel en 1568 mercanías por valor de 2.000 ducados.

Tal clase de permisos, también tolerados en el frente de los Países Bajos, certifican los apuros financieros de la España imperial, enredada al mismo tiempo en varios conflictos interminables. Las capturas y las compraventas de esclavos proporcionaron dineros a los mal pagados soldados de guarnición en Orán y pingües beneficios a los negociantes. En la portuaria Alicante se dieron la mano los distintos agentes de la trata de esclavos. Se tonificaron un tanto los nervios de la guerra de los que ya hablara Tucídides. Las ganancias del comercio de seres humanos ayudaron a suavizar, junto a cierta permisividad ante la corrupción local, ciertos requerimientos reales, lo que fomentó el ambiente favorable a la cooperación de nuestra oligarquía con la monarquía, evitándose rupturas tan graves como las de los Países Bajos de 1566 o la de la Cataluña de 1640, en un tiempo en el que desde Orihuela se denunciaron la imposición de usos políticos autoritarios castellanos. Hasta el fiel cronista Vicente Bendicho deploró la declinación de los Estados de la Corona de Aragón en la estimación real desde la muerte de Fernando el Católico. En 1809 Francisco Javier Borrull se hizo eco de aquel ambiente interesadamente al escribir:

“Lo que hicieron (los Habsburgo) fue dexar enteramente abandonado el reyno á las incursiones de los enemigos y piratas. Y experimentando sus habitadores no ser atendidas sus instancias, lejos de ceder a la desgracia, ó entregarse á una vil desesperación, animados todos de un mismo espíritu, determinan fabricar torres en la costa del mar, y mantener la tropa necesaria, y una esquadra de galeras para su defensa, imponiéndose para esto nuevas contribuciones, y manejándolas ellos mismos, á fin de impedir que la sagrada hambre del oro, que atormentaba al Ministerio, se las arrebatase y empleara en fines muy distintos.”


Las motivaciones menos nobles y decorosas son desterradas de semejante cuadro, pese a contar con una dilatada Historia dentro de la Constitución del Reyno de Borrull y de los Privilegios de Alicante.

Leyes anteriores a la Declaración de los Derechos Humanos.

La esclavitud perduró legalmente en los dominios españoles hasta 1886, y hasta 1707 estuvo vigente su formulación foral en nuestras tierras. Entre las mercedes concedidas a Alicante en 1252 por Alfonso X encontramos sus primeras referencias:

“Et todo moro catiuo que ualiere mil morauedis chicos, que sea del sennior (del rey) et el sennior que de cient morauedis chicos a aquellos que lo tomaron, et esto que lo sepan en verdat sin enganno si uale mil morauedis.”

En 1258 se estipuló, entre los derechos de almojarifazgo, que “de cativo moroqués conprat en Alicant o de fuera, que non paguen otro drecho si no VII burgaleses.” Por ende, desde los albores de nuestro concejo la monarquía alentó la trata esclavista para fortalecer su patrimonio y su tesoro, una línea también seguida por los Fueros de Valencia.

Los enemigos musulmanes (estereotipo de los bárbaros infieles) se convirtieron en el objetivo predilecto de los esclavizadores de los reinos hispanocristianos, que organizaron cabalgadas de saqueo aprovechándose de diferentes situaciones. En 1276 los almogávares de varios puntos de la Corona de Aragón cautivaron a los pacíficos mudéjares de la Huerta de Alicante bajo el pretexto de la ruptura entre Castilla y la Granada aliada de los Benimerines. Tales ataques amenazaron uno de los activos del tesoro regio, las comunidades islámicas sometidas a su autoridad o mudéjares, y se adoptó la noción de moro de buena guerra, acogido a pactos vasalláticos o diplomáticos con la corona. Sin embargo, esta excepción se orilló en la práctica con frecuencia.

La pretensión del baile general de Valencia de declarar o ajutgar al cautivo de buena guerra en exclusiva fue contestada vigorosamente desde la Gobernación de Orihuela, especialmente desde la toma de Orán en 1509. El lugarteniente del baile en Alicante don Alfonso Martínez de Vera arguyó que sin esta competencia nuestra ciudad “fora ja despoblada e perduda, que nenguna nau no y arribara; los drets e introhits, axí reyals com los de la ciutat, foren perduts y la terra despoblada, en gran dan a perjuhí del patrimoni real de sa majestat.” Nuestra bailía consiguió su propósito.


Tras esta declaración se valoraba al cautivo o testa, y el apresador o el comerciante satisfacían el impuesto real del quinto, el cinq comptant lo quinzen, que en 1572 equivalía al 6´6% del precio de venta del esclavo. Las transmisiones posteriores del mismo esclavo en territorio valenciano se liberaban de tributación. En 1547 el virrey pudo exonerar del quinto a quien le pareciera oportuno, y en 1564 se enfranqueció por dos años el cautiverio de moros de allende. El Maestre Racional del Reino, cabeza del Tribunal de Cuentas de la época, supervisaba las transacciones y consignaba en el llibre de rebuda de comptes sus detalles documentalmente: procedencia, sexo, nombre y edad del esclavo, vendedor, precio de venta y cantidad tributada en consecuencia, detalles de gran interés para acercarnos a la realidad humana de tan aborrecible práctica.

Continuará...

VÍCTOR MANUEL GALÁN TENDERO
(Fotos: Alicante Vivo)

La bibliografía se adjunta en la segunda parte

 
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