23 julio 2011

AUSTRACISTAS Y BORBÓNICOS ALICANTINOS (PARTE 1)

Una guerra civil dentro de una mundial.

Con plena justicia se ha considerado la Guerra de Sucesión a los reinos de la corona hispana (1701-1714) como una lucha fratricida entre los pueblos españoles. Mientras la Corona de Aragón terminó por decantarse mayoritariamente del lado del archiduque Carlos de Austria (el primer Carlos III de nuestra Historia), la de Castilla abanderó la causa de Felipe V de Borbón. Las rivalidades sociales y las tensiones económicas de toda laya despedazaron cualquier asomo de unanimidad dentro de los propios reinos y Estados de la disputada Monarquía. En el Principado de Cataluña el partido borbónico tuvo encendidos seguidores, muy bien estudiados por Núria Sales, y en el Reino de Valencia el conflicto civil tuvo un acentuado carácter de guerra social y de rivalidad entre localidades (entre la Denia austracista y la Jávea borbónica), que el Real Decreto de abolición foral (29 de junio de 1707) no se dignó a contemplar por motivos bien interesados. En la ciudad de Alicante también se vivió esta fractura entre naturales y vecinos.

Archiduque Carlos de Austria

Los bandos de maulets y botiflers.

La historiografía actual de Valencia, Cataluña y Baleares ha terminado abrazando la nomenclatura de maulets y botiflers, de clara intencionalidad satírica y denigratoria del contrario, surgida durante la guerra para bautizar a los bandos enfrentados, que no hemos de confundir en ningún momento con algo similar a los partidos políticos actuales. Los seguidores de la dinastía borbónica recibieron el apelativo de mofletudos arrogantes o botiflers, especialmente los de condición noble, y de maulets o disimuladores pérfidos los de la austriaca. Se ha considerado oportuno diferenciar a los más moderados austracistas de los más radicalizados maulets, identificados mayoritariamente con los grupos campesinos más quejosos del régimen señorial en nuestras tierras, que ya habían protagonizado en 1693 alrededor de la Montaña alicantina la revuelta conocida como la Segunda Germanía. Durante su estancia en Valencia Carlos III de Austria frenó sus aspiraciones de cambio y procuró recomponer el equilibrio social tradicional por diversos medios. Por otra parte, Felipe V no pretendió inicialmente anular las instituciones de autogobierno de los Estados de la Corona de Aragón, explicándose con otros motivos las razones del posicionamiento en su contra entre 1704 y 1705. En honor a la verdad la Guerra de Sucesión no se presta a la reducción de la fácil consigna política.

La pista de la francofóbia en la Corona de Aragón.

El odio a los franceses, súbditos de la amenazadora monarquía de Luis XIV, ha sido aducido para explicar la inclinación final de una parte considerable de la Corona de Aragón por Carlos de Austria. De antecedentes no carece la razón, pues la Monarquía hispánica heredó la rivalidad aragonesa medieval con Francia, que ganó en dramatismo a lo largo del siglo XVII: la insurrección catalana de 1640 permitió a las armas francesas atacar los dominios mediterráneos españoles con mayor facilidad. Alicante no se libró de tal estado de guerra. En mayo de 1670 hubo alborotos contra los franceses de un navío de guerra llegado a nuestro puerto. El destructivo bombardeo de la armada francesa a comienzos del verano de 1691, que desató la cólera popular contra mercaderes de esta nacionalidad, culminó toda una época de tensiones y alertas. En los incidentes murió un jurado que trató de impedir tales violencias.

En tales circunstancias se podría pensar que la mayoría de los alicantinos, molestos con la obediencia a un rey de origen francés, brindarían a comienzos de agosto de 1705 su cooperación más sincera a la armada anglo-holandesa de los austracistas. De hecho, en la conquistada Gibraltar, la primera localidad española que proclamó rey a Carlos III, el príncipe Jorge de Hessen-Darmstadt mantuvo contactos con los jefes de la rebelión austracista en el Reino de Valencia, como el alicantino Mauricio Aragonés, que fletó una nave de carga para sumarse a la armada aliada. El 27 de abril de 1705 Hessen-Darmstadt propuso desembarcar por sorpresa en la ciudad de Alicante, y no en Barcelona, dada la posibilidad cierta de conseguir pertrechos y caballos para lanzarse al asalto de Madrid. Tras meses de preparativos y debates, la armada aliada avistó el cabo de Palos el 8 de agosto, enviando al anochecer seis fragatas a Alicante, que al final alcanzaron Altea. El grueso de la flota se situó ante nuestro puerto el día 9, y se intimó al gobernador del castillo Vicente Falcó, que sólo contaba con cien hombres, a la rendición. Sin embargo, el 10 la armada fondeó en Altea. Joaquim E. López i Camps opina que la facilidad de la empresa quizá hiciera desistir a los aliados de su ejecución. Los titubeos entre los aliados no estuvieron ausentes en esta campaña. Días más tarde el general Peterborough planteó el abandono del asedio de Barcelona, que se rendiría el 28 de septiembre, para proseguir hacia Italia, y Hessen-Darmstadt propuso igualmente desistir e intentar un nuevo ataque en la ciudad de Valencia. Lo cierto es que el municipio de Alicante devolvió sin abrir las cartas remitidas por Hessen-Darmstadt, y el alicantino Domènec Roca subió a bordo de la flota para que los jefes aliados desestimaran su plan de ataque. Hasta el 7 de septiembre de 1706 las fuerzas regladas austracistas no se harían con el pleno control de Alicante.

Felipe V de Borbón

La prudencia ante los riesgos que pudiera ocasionar el cambio de obediencia dinástica (destrucciones bélicas, ruptura social y represalias) refrenó a los seguidores de la Casa de Austria no sólo en Alicante, sino en otras muchas plazas valencianas y catalanas. Tarragona, avisada del peligro a través de Tortosa el 19 de agosto por carta del gobernador de nuestro castillo, no capituló de forma honorable ni prestó obediencia a Carlos III hasta el 17 de octubre, una vez rendida la capital del Principado, tras sufrir una intensa guerra de nervios a cargo de los tiros de artillería de los bajeles y las balandras de los aliados. Pedro Voltes ha expresado que sin las demostraciones militares de los austracistas la causa borbónica no hubiera hecho aguas en la Corona de Aragón de 1705. El odio hacia los franceses, que la investigación tendría que concretar de manera más precisa, no resulta suficiente para explicar el austracismo local. La nacionalidad no tenía a comienzos del XVIII los perfiles absolutos con los que la concebimos hoy en día, y el francés José Roner, llegado a Alicante desde Valencia, fue acusado de austracismo a inicios de 1706. Su modesta posición social y sus opiniones pesaron más que sus orígenes patrios, al igual que aconteció con los hugonotes franceses que sirvieron en tierras valencianas a la reina de Inglaterra durante esta guerra. Por otra parte, también en ciertas ocasiones se olvida el vuelo adquirido por el comercio francés en nuestro litoral, pese a la contraproducente política agresiva de Luis XIV contra la España de finales del siglo XVII. En 1667 el alicantino Vicente Zaragoza (o Çaragoça), de un linaje de mercaderes que traficaba con esclavos en el siglo XVI, introdujo bacalao en nuestra localidad en buques franceses. Los imperativos mercantiles inclinaron a no pocas personas hacia la moderación. No en vano la milicia municipal de Alicante se enfrentó contra los alborotadores antifranceses en el luctuoso 1691.

El recurso a la desestabilización del campo contrario.

Toda rebelión de los súbditos de un rey enemigo era altamente provechosa para una autoridad en guerra, pese a las teóricas repulsas a cualquier tipo de alboroto por parte de los gobernantes de una sociedad estamental. Economizaba toda clase de recursos y permitía ampliar los dominios territoriales con mayor facilidad. Aunque Maquiavelo previno en 1513 contra la adquisición de “principados nuevos y consistente en que los hombres cambian de buen grado de señor con la esperanza de mejorar”, pues la “necesidad (...) obliga inevitablemente a agraviar a los nuevos súbditos tanto por medio de tropas como por las otras muchas violaciones de derechos”, los reyes de Europa no se abstuvieron de su recurso entre 1513 y 1701.


Luis XIV

En este sentido la Guerra de Sucesión española no entrañó ninguna excepción. En el bloque borbónico, la Francia de Luis XIV ayudó desde 1703 con especialistas militares y subsidios de dinero a los descontentos húngaros, finalmente dirigidos por Francisco II Rákóczi, con vistas a atenazar Viena y poner fuera de combate a los Habsburgo centroeuropeos. La aristocracia rebelde movilizó a las fuerzas populares a través de la leva general de Hungría o insurrectio. Finalmente, el movimiento fracasó por sus divisiones y sus dificultades técnicas en el campo de batalla: sus fuerzas eran más aptas para los combates guerrilleros que para una campaña en toda regla.

Ahora bien, las guerrillas atesoraron un enorme valor militar puntualmente. El príncipe elector Maximiliano Manuel de Baviera, aliado en 1703 de Luis XIV, las padeció cuando trató de dominar el país hereditario de los Habsburgo del Tirol.

Los aliados (Austria, Inglaterra, y los Países Bajos fundamentalmente) tampoco vacilaron en atizar la revuelta entre los enemigos. Prometieron ayuda a los camisards o campesinos hugonotes de Cévennes, que se insurreccionaron en 1703 ante la persecución antiprotestante del rey francés. Se proyectó un desembarco de tropas regulares en el Languedoc en su apoyo, pero al final la empresa no alcanzó buen puerto. Una estrategia muy similar se puso en práctica en las Españas.

Al secundar estas rebeliones se confió en descargar un golpe contundente contra el adversario que le obligara a reconocer su derrota y retirarse de la partida. La Casa de Borbón se afanó en la capitulación de Viena, y la de Austria en la de Madrid. Las entradas en la Villa y Corte de Carlos III del 2 de julio de 1706 y del 21 de septiembre de 1710 sirvieron de muy poco. Tras el fracaso de tales estrategias la guerra se alargó en una prolongada serie de episodios tácticos (batallas, asedios, etc.), que agotaron hasta la extenuación a gobiernos, ejércitos y poblaciones, forzando a la adopción de medidas draconianas. Como veremos más adelante, la estratagema de la subversión fue activamente secundada por determinadas facciones aristocráticas de la ciudad de Alicante y del resto del Reino valenciano.

Las fuerzas populares de los austracistas.

Los padres jesuitas Juan Bautista Maltés y Lorenzo López nos transmitieron un relato vivo y colorista de las huestes de Francisco García de Ávila, el Maestre de Campo austracista que con muy poca fortuna asedió la plaza de Alicante en enero de 1706. Su sarcástico tono se acomoda muy bien con la imagen de ejército popular de los maulets, la de la caballería de albardón e infantería de alpargata del Padre Belando. La clara parcialidad de los cronistas, coincidente con la de José Manuel Miñana, tuvo la intención de descargar de la acusación de austracismo a ciertos caballeros y ciudadanos privilegiados que intentaron que se olvidara su pasado ante el régimen borbónico, y no evita sacar una serie de conclusiones firmes al historiador cuando se compara y analiza su relato con la documentación oficial.

De García de Ávila, en ocasiones confundido con el dirigente de la Segunda Germanía Francesc García, se ha sostenido que era un sargento mayor del ejército de Felipe V que se pasó a la causa contraria en el frente de Cataluña, consiguiendo el grado de capitán. Según algunos autores había servido en Italia y a la causa de los Austrias desde Lisboa, sin aportar mayores precisiones cronológicas. Enrique Giménez aclara documentalmente mucho de su figura, ratificando su nacimiento en Gandía. Fue baile de Callosa d´En Sarrià, e hizo propaganda de la causa austracista en Cocentaina a través del antiguo bandido Felipe Pons, de gran influencia en la zona. El virrey de Valencia, el marqués de Villagarcía, tuvo en 1704 noticia de sus repartos de dinero y promesas, y de sus entrevistas con eclesiásticos y personas distinguidas. Uno de sus ayudantes fue el eclesiástico de Játiva Mauricio Audinez. Los seguidores de don Carlos jugaron a conciencia la baza del populismo.

El núcleo de su tropa, su escolta, se componía de campesinos y personas humildes acantonadas en Denia. Su propósito pasó por extender la contestación a la Casa de Borbón entre las capas populares de otras áreas del Reino de Valencia, prosiguiendo a otra escala el modus operandi iniciado por los estrategas de Carlos III desde antes de la toma de Gibraltar. Su éxito se evidenció muy desigual a lo largo de su periplo hasta Alicante. Tras abandonar Denia, alcanzó su tropa Játiva, que prefirió rendirse más tarde a la fuerza austracista de Nebot. En Jijona encontró una firme resistencia. En la Huerta de Alicante se enfrentó con reticencias en Muchamiel, que tuvieron que ser vencidas, y gozó de buena acogida en San Juan y Benimagrell. En Alicante sus demandas de capitulación no prosperaron.

La causa de los maulets tuvo simpatizantes entre las capas populares alicantinas, como el atunero originario de Oliva Francisco Ruiz (apodado El Cerezo), y entre el clero de rango medio e inferior. El cura de San Juan mosén Pedro Morales y el doctor Bartolomé Sala ayudaron a García de Ávila a escapar de las huestes borbónicas del Cardenal Belluga. A los Padres Capuchinos de Alicante también se les acusó de alentar el partido austracista. Resulta muy ilustrativo que en el proceso de 1706 contra el municipio de Monfort por infidelidad a Felipe V, del que ofrece un interesante fragmento Brauli Montoya, el carpintero Juan Amorós y tres labradores más testificaran acerca de la petición al presbítero Vicente Martínez para que apadrinara a Monfort ante el Maestre de Campo de Carlos III. Tras su fracaso, todos negaron su simpatía a la Casa de Austria, sin dejar de parecer circunstancial su declaración.

Los maulets carecieron de la suficiente fuerza militar para imponer su partido en el Campo de Alicante. Las fuerzas borbónicas se componían en enero de 1706 por la milicia urbana comandada en aquel momento por don Pedro Burgunyo, dos compañías del marqués del Bosch procedentes de Barcelona y doscientos corsarios franceses desembarcados como refuerzo, e impusieron con decisión su control sobre nuestra ciudad, evitando sucesos como los de la entrada de los austracistas Basset y Nebot en la ciudad de Valencia el 16 de diciembre de 1705 ante los titubeos del virrey. Las demostraciones de fuerza decantaron muchos episodios de esta larga contienda, tanto como las simpatías, y el despliegue táctico y las correrías de las fuerzas de García de Ávila se evidenciaron muy insuficientes tanto para cercar con eficacia Alicante como para dominar todos sus alrededores respectivamente. La pericia como ingeniero del napolitano barón de Marisalva sirvió de muy poco.

Esta debilidad para una guerra de asedio, en contraste con la mayor eficacia de una tropa regular, no equivalió a la de la desorganizada chusma con la que sus contrarios se complacieron en presentarnos a la tropa popular austracista. Su estructura procedía de las veteranas fuerzas vecinales de defensa local, donde los oficios tuvieron un notable peso, aprestadas con mejor o peor fortuna a seguir el toque de rebato contra delincuentes y corsarios. Sus gentes más diestras u osadas engrosaron cuerpos francos de miquelets ante determinadas alarmas. Así pues, García de Ávila fue el Maestre de Campo de un ejército miliciano en todos los sentidos, haciéndose acreedor de muchos exabruptos ordenancistas. La divisa amarilla (propia de muchas cofradías de labradores bajo la advocación de San Isidro) singularizó a su hueste, un miquelet guió su montura, sus cuatro mil hombres se agruparon bajo cuatro banderas de cofradías eclesiásticas a la entrada en nuestra Huerta, y en la más favorable San Juan convocó a las huestes vecinales de otros puntos del Reino de Valencia.

Razones de la debilidad de los maulets en Alicante.

Esta fuerza no provocó una gran rebelión popular en los términos generales de Alicante por el control ejercido sobre nuestra milicia por el patriciado urbano, la actitud contrario de los gremios y la orientación de nuestros campesinos.

El patriciado urbano de caballeros y de ciudadanos militares y de la mano menor anduvo dividido durante la conflagración, como veremos más adelante, pero en el invierno de 1706 se mostró acorde en no capitular ni ceder ante una tropa popular perjudicial para sus intereses, siguiendo el proceder de Játiva ante el propio García de Ávila, a fin de evitar los “excesos” cometidos en la ciudad de Valencia tras la entrada de Basset y Nebot. Se evidenció todo su fastidio hacia la guerra no dirigida por caballeros, que tanto horrorizó a Miñana.

Las tropas de García de Ávila tampoco gozaron del asentimiento oficial y mayoritario de los gremios alicantinos: procuradores y escribanos, correjeros, curtidores y blanqueros, paleros, cordoneros, carpinteros, toneleros, sarrieros, cordeleros de cáñamo y alpagateros, zapateros, sastres, y pescadores. Eran oficios muy dependientes de la actividad mercantil del patriciciado urbano, que a través del gobierno local dictó con su asesoramiento ordenanzas protectoras de su trabajo en el territorio de la república municipal. Aunque se rumoreó que Basset pasó una noche en el popular Arrabal de San Antón (tan pendiente de la cercana Huerta), tampoco sacudió a nuestra ciudad la conflictividad propia de una urbe de mayores dimensiones como Barcelona o Valencia, de mayor diversidad sociolaboral y bolsas de marginalidad más acusadas.

Finalmente hemos de considerar que en el término general de Alicante el régimen señorial no acusó los mismos pérfiles que en zonas como la del complejo Marquesado de Denia, tan afectado por los problemas derivados de su repoblación tras la expulsión morisca de 1609. Una conocida y acreditada tesis, defendida con particularidades por grandes historiadores, sostiene que esta repoblación engendró a lo largo del siglo XVII un intenso descontento entre los campesinos de importantes zonas del Sur del Reino de Valencia, que se desató en la revuelta de la Segunda Germanía en 1693. Su fracaso preparó el terreno del levantamiento maulet de 1705. Muy sugerente y en líneas generales correcta, tal tesis bien merece una serie de matizaciones locales, que se desvelarán con mayor fuerza a medida que progrese la investigación. La baronía de Novelda lidió con los problemas de la repoblación tras el extrañamiento morisco y de las disputas por la titularidad de su herencia (en 1675 el castellán de Amposta fray Pedro de Ávalos Maza y Rocamora pleiteó por la posesión de Novelda y La Mola). Los ánimos estaban divididos entre sus habitantes, y en 1686 fueron desterrados varios noveldenses acusados de parcialidad. Los fondos del depósito de la baronía, mientras se decidía su titularidad, se emplearon en socorrer a la caballería alojada entre 1680 y 1685 dada la falta de recursos del Reino. Novelda pudo haberse sumado a la insurrección campesina de 1693, pero no lo hizo. El virrey agradeció en 1691 a don José de Molina el envío de don Salvador Berenguer a sosegar la localidad. Ciertas concesiones fiscales y honoríficas ayudaron a rebajar el descontento de unas gentes desunidas, y en 1692 se concedió la amortización de la parroquia de la villa, solicitada desde 1668. En 1706 tampoco los noveldenses figuraron en la vanguardia de los maulets.

La experiencia de Novelda nos muestra que el triunfo del austracismo radical no dependió única y exclusivamente de los problemas derivados de la repoblación del XVII, y un Alicante maulet, por ende, no resultaría nada descabellado. El predominio de la pequeña y mediana explotación campesina, y del sistema del arrendamiento a corto plazo de cuatro a ocho años no salvó a nuestros campesinos de los malos años, los requerimientos fiscales excesivos, las deudas y los litigios. La agregación de San Juan al municipio de Alicante en 1614 ocasionó no pocas disputas y sinsabores (al igual que la de Muchamiel en 1653). En 1706 el municipio de Alicante era el señor de una serie de regalías o derechos dominicales en San Juan y Benimagrell: las botigues de dalt y de baix de San Juan, la botiga de Benimagrell, la fleca o panadería, el cubell para la elaboración del vino, la taberna, la imposición de la sisa mayor y la de la carne. Todos estos activos reflejan la orientación comercial de nuestra agricultura, que atenuó ciertos problemas entre nuestros cultivadores (clave para entender ciertas actitudes acomodaticias). El comienzo de la Guerra de Sucesión no coincidió con un periodo regresivo, y las 1.060 libras de 1691 devengadas por San Juan se convirtieron en 1.624 en 1705. En estas circunstancias, las tensiones sociales que animaron la efervescencia de los maulets permanecieron casi soterradas, y Alicante fue ganado para Carlos III en 1706 por un ejército con destacado protagonismo inglés. A partir de entonces nuestros campesinos lucharon junto a los de Orihuela y Cartagena bajo las órdenes del marqués de Rafal en el ataque a la Murcia borbónica, “correctamente” encuadrados.


Continuará en la segunda parte,
donde se incluirá la bibliografía

VÍCTOR MANUEL GALÁN TENDERO
(Fotos: Alicante Vivo)

 
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