“Su Majestad, atendiendo a la rectitud de mis atenciones más que a mis merecimientos, se ha dignado confiarme el Gobierno Civil de la ciudad. Al saber la calamidad que aflige a sus ciudadanos, lo he abandonado todo para volar a mi destino”
Con estas palabras, D. Trino Quijano anunciaba el inicio de su viaje hacia Alicante el 16 de Agosto de 1854; un largo y penoso trayecto sin retorno hacia una urbe desolada por la epidemia más mortífera y dramática de la historia moderna: “el cólera morbo”. Aquí, en lo que hoy es una tranquila y apacible ciudad costera, quedó para siempre fundido en la cultura y recuerdo del pueblo que tanto amaba… y que tanto le amó a él.
Tal día como hoy, hace 157 años, Alicante lloraba con amargura la muerte del que fue y es, sin duda alguna, su héroe de la caridad. Un monumento, sufragado económicamente años después de su fallecimiento por las localidades que Quijano intentó salvar de la epidemia, enriqueció la lealtad a su figura y rindió un sentido y sencillo homenaje al hombre que dio su vida, en unos días aciagos y terribles, por salvar la nuestra.
Quijano murió en la madrugada del día 15 de Septiembre víctima del cólera, en las postrimerías de una terrible epidemia considerada por las autoridades ya vencida. La suya fue, sin duda, una de las últimas bajas, y produjo una conmoción tan honda como extraordinarios fueron sus esfuerzos para reducir los estragos del mal. Alicante perdía a aquel que hasta ese momento era conocido como “el ángel de la salvación”.
El carácter epidémico del “cólera” quedó reconocido por las autoridades sanitarias el día 9 de Agosto. Desde ese momento, Quijano dictó serías y contundentes medidas sociales, económicas y sanitarias para con su pueblo, tan revolucionarias entonces como lo podrían ser ahora: dispensación de medicamentos gratis, ayudas económicas a fondo perdido a las familias alicantinas, imposición de sanciones a los especuladores, denuncias públicas a los profesionales y miembros del clero huidos de la ciudad.... todo ello mientras morían alrededor de 900 personas a la semana.
Pero Trino Quijano no sólo fue el hombre que organizó con inteligencia los pocos recursos que tenía a su alcance. Allí donde el azote de la epidemia era más terrible..., allí acudía él con palabras de aliento, con los medicamentos que él mismo buscaba y pagaba, o con sus piadosos auxilios humanos. Así quedaba escrito en una de las muchas narraciones de aquellos días:
“Esa medianoche. Sólo un hombre transitaba por las calles; con paso débil, tardo, imperceptible, como el que quien va en acecho y teme ser descubierto
-Allí -dijo Quijano a uno de sus ayudantes-. No me engaña jamás el corazón.
Y empujando suavemente la entornada puerta de una casa baja, el Gobernador penetró en la triste estancia.
Casi entre tinieblas, solo veíase cuatro cuerpos en sus respectivos camastros, tres de ellos ya cadáveres .
-Hermana mía. ¡Cuánto sufris!
-Ya no sufro porque Dios, apiadándose de mí, os envía a estas horas. Me siento morir, he cuidado a esta familia durante tres días; llevo dos invadida de este terrible mal y Dios me daba fuerzas para velar tanta tristeza... ¡Tres cadáveres! Hágase ya su voluntad. Vos, querido hermano, velaréis el mío.
Y a la escasa luz de una lámpara agonizante, Quijano pudo contemplar el rostro inerte de la mujer. El hombre, el justo, lloró.
-Dios Mío. Ten piedad de todos nosotros”.
El día 7 de septiembre, durante un fuerte temporal que destruyó su carruaje mientras viajaba en dirección a la recién infectada localidad de Alcoi, Qujijano experimentó los primeros síntomas del cólera. Sin embargo, se opuso tajántemente a informar a su médico o tomar medicación alguna. Se negaba a que cundiera más aún el pánico entre la población. Moría unos días después, entre insoportables dolores y ante la hija del Cónsul de Francia como testigo de sus actos .
En las lápidas de piedra talladas de su panteón, los ciudadanos de Alicante podemos leer los fragmentos de uno de los pasajes más dramáticos y, al mismo tiempo, más esperanzadores y aleccionadores de nuestra historia. En cada una de las cuatro virtudes filantrópicas de Quijano (la FORTALEZA, JUSTICIA, CARIDAD y PIEDAD CRISTIANA), somos instruidos -y lo seremos siempre- de aquello por lo que siempre merece la pena vivir... y morir.
“Aquí descansa un héroe, cristiano cual ninguno,que amó a sus semejantes y el bien sembró en el mundo.
Oh, venerad por siempre la paz de este sepulcro,
la abnegación sublime y el sacrifico augusto,
de aquel a quien mi patria rinde ferviente culto.”