22 marzo 2012

LA FANTASÍA REALISTA DE LAS 'RONDALLES' ALICANTINAS

“Com lo Gall hac dit aquest eximpli,
lo rei hac opinió que per ell ho digués”

Ramon Llull, Llibre de les bèsties.

Una necesidad bien humana.

Los individuos jugamos desde pequeños por placer, necesidad o mentalidad, con independencia de las cifras premiadas en la Lotería. En el juego social disponemos de los dados de las mentalidades heredadas, las conclusiones provisionales y las esperanzas superlativas. Cuando las personas no conseguimos saltar la banca nos interrogamos sobre la corrección de las normas de juego. Quizá descubriremos el fraude estraperlista, y alguna narración nos servirá de muletilla explicativa. En las comunidades preindustriales la rondalla o cuento narrado de generación en generación cumplió esta función edulcorante, aunque en ocasiones sobresaltara a sus oyentes. La rondalla dista de la simple diversión pueril, y el análisis de unas cuantas del histórico Campo de Alicante, que fueron recopiladas por Joaquim González i Caturla a comienzos de la década de 1980 (cuando la hormigonera ya había alterado el paisaje alicantino), nos ilustra sobre la forma de vivir y pensar de los alicantinos de generaciones pasadas, con formas entrañables a punto de desaparecer en muchos casos a las que deseamos dedicar este artículo desde esta tribuna de Alicante.



¿Volkgeist alicantino?

La resistencia contra Napoleón alentó a los intelectuales de la Europa germánica a buscar los valores patrios entre las gentes más sencillas, incontaminadas de influencias francesas y revolucionarias. Este movimiento romántico triunfó en gran parte del continente, y en las tierras de la antigua Corona de Aragón de la primera mitad del siglo XIX los eruditos exhumaron de la esquiva realidad el supuesto espíritu del pueblo, incorruptible y resistente a invasiones y conquistas extranjeras. La teórica cultura popular daba testimonio, en teoría, de la voz de los siglos pasados. La romántica moda aceptada en la Barcelona de 1830 se difundiría con el tiempo hacia Mallorca y Alicante, pasando de Milà i Fontanals a Alcover o Valor. Se redescubrieron historias, estructuras y motivos similares de unas tierras a otras, inspirando la más emprendedora Renaixença o recuperación de la cultura y el idioma propios de Cataluña, Valencia y Baleares.

No siempre la gente letrada había tratado con semejante consideración a la cultura popular. El franciscano Francesc Eiximenis, gran relator de narraciones moralizadoras, deploraba la grosería de los campesinos en 1386. Las cosas empezarían a cambiar mucho después, y en 1767 Lluís Galiana la contempló con mayor simpatía en Rondalla de rondalles. El triunfo del liberalismo permitió la victoria de las ascendentes burguesías agrarias y mercantiles en las principales localidades españolas, requiriendo la ayuda armada de menestrales, pequeños labradores, aparceros y jornaleros hasta conquistar el poder, cuando se les licenciaba con palabras sonoras y escaso premio. Era también la hora de excusarse con rondalles, idealizadoras de la bondad de las gentes del campo, alejadas de la infernal indústria, que amenazaba con incendiar el orden liberal-capitalista. La Renaixença, según la visión de Josep Maria Fradera, inventó más que encontró el espiritu popular según los cánones del idealismo germánico. Entonces, ¿qué podemos encontrar en las rondalles? A nuestro juicio una forma de tradición, lo cual no es poco.

Moros en la costa.

La ficción a veces depara sorpresas realistas. La tendencia tradicional valenciana de alabar al moro del pasado y censurar al del presente no aparece con vigor en las rondalles alicantinas más recientes, pese a las imaginaciones surgidas alrededor de la Cara del Moro del Benacantil. Cierto que el cronista barroco Vicente Bendicho (1640) se extasió con el relato de la historia amorosa de Alí y Cántara, que explicaba el origen del regadío de la Huerta, la inclinación comercial alicantina y el nombre de nuestra ciudad, pero en la Terreta no encontramos ningún palacio oriental digno del Castell del Sol del gran Enric Valor, encaramado en la serranía alcoyana.



Si nos atenemos a la magnífica recopilación de Gonzàlez i Caturla, la cosecha es escasa. Sólo encontramos la figura de la princesa mora, dentro de la rondalla realista del Tio Roc, que huyendo de la furia de los cristianos agermanados (interesante referencia histórica) se transformaría en las bellezas de las Cuevas del Canelobre. La tragedia también dejó su huella en la geología mítica de la montaña alicantina de Sant Julián, la del Salt de la Reina Mora o de la pobre Cántara, así como en las mallorquinas Cuevas del Drach. Sin embargo, no encontramos ninguna referencia a santos que combatían contundentemente al infiel, como el San Jaime que formó la isla de Benidorm al tropezar su caballo con la montaña de Finestrat, ni al bautizo de ningún naúfrago musulmán tras una milagrosa intercesión de la Virgen.

En 1640 bautizar moros no era muy creible ni rentable, pues prosperaba el corsarismo y el tráfico esclavista en las proximidades de la temible Berbería tras la expulsión de los moriscos de 1609. La colonitzación alacantina del Oranesado a partir de 1830 no aportó gran cosa, y el recuerdo islámico quedó petrificado en puntuales accidentes geográficos.

El país de las imaginaciones.

A principios del siglo XXI pocas personas relatan rondalles tradicionales alicantinas a sus hijos. Treinta años antes los ancianos aún eran capaces de ello, pero de manera desigual por razones de cultura o procedencia. De los relatos recopilados por González i Caturla 10 provenían de San Juan, 6 de Muchamiel, 6 de El Campello, 6 de Agost, 5 de Jijona, 3 de San Vicente del Raspeig, 2 de Benimagrell, 2 de La Canyada del Fenollar, 1 de El Palamó, 1 de la isla de Tabarca, y 1 de la ciudad de Alicante.



Teniendo presente que quizá se hayan perdido muchas de las narraciones populares de la ciudad, de ambiente marinero, podemos distinguir dos núcleos fundamentales en el Campo de Alicante. El primero lo conformaría la zona de huerta orientada hacia el Norte de la provincia, con Jijona, Muchamiel, San Juan y El Palamó, con narraciones vitales cercanas a la realidad más cotidiana. El núcleo de Poniente lo encabezaría Agost y La Canyada del Fenollar, carente de las potencialidades agrarias del anterior y con dedicación alfarera a lo largo del siglo XIX. Sus rondalles son de carácter mágico. Asimismo, encontramos casos bien singulares: el de San Vicente del Raspeig por su fuerte devoción al patrón, y el de El Campello, población marinera que atesoraba narraciones sobre Jesucristo y San Pedro, y que compartía elementos mágicos con Agost y Tabarca. En suma, se dibujaba un arco mágico desde Agost a Tabarca, que albergaba un círculo más realista con el epicentro en la ciudad de Alicante.

El tabú en la Terreta alicantina.

La primera misión de la rondalla es la de inculcar una norma de comportamiento comunitarios. En nuestro caso encontramos normas de tipo familiar, clasista y vital.

Los problemas familiares son ocasionados por las personas que interpretan un papel indebido, según la moralidad tradicional. El padre de familia carente de energía no aprovecha los obsequios mágicos de San Pedro. Quien no trata con consideración a su esposa cae en el ridículo del cucharón ante el vecindario. Quien vuelve a casarse ocasiona la mala fortuna de sus hijos. En contraposición el cabeza de familia aleccionador de suegras y esposas holgazanas goza del reconocimiento popular. No menos imperativo resulta el deber de la buena hermandad, castigando la suerte al envidioso de la suerte fraterna. Con claro realismo una prole excesiva amenaza con el hambre. La monstruosa figura del Forçut de Jijona desaconseja procrear a edad avanzada. Los hijos tienen que honrar la ancianidad de los padres. Eran las prescripciones de una sociedad de pequeños agricultores y menestrales, que al dividir los bienes familiares en cada generación, incluso antes del fallecimiento del patriarca, determinaba la adopción de severas normas de conducta para preservar la cohesión del grupo familiar, al menos en teoría.

En estas comunidades el arquetípico hombre del saco representa el peligro forastero. La jerarquía social procede del propio Dios, ya que los pobres son los descendientes de los hijos que Adán y Eva ocultaron en una cueva por temor al Altísimo. El mismísimo San Pedro sería sancionado por tratar de engañar a su superior Jesucristo, aportando un toque de entrañable humanidad. Quien pretendiera vivir sin trabajar con el recurso de los hechizos recibiría su merecido, en contraste bien vivo con el esforzado Joanet el Pescador, las doncellas virginales solicitadas en matrimonio, y el honrado padre de familia sin dicha. La caridad y el matrimonio acertado solucionan los más graves problemas comunitarios. En el fondo toda política social pasaba por la conducta individual en aquellas sociedades del honor, la reputación o el que dirán. La promoción social se administra con discreta moderación, y el que no se condujera según su rango correspondiente caería en el ridículo, caso del sacerdote lujurioso. En el fondo cierto anticlericalismo era compatible con la obediencia a la Iglesia católica. El aliento místico del anarquismo ibérico no nacería por generación espontánea.

Se envuelve la existencia vital de prohibiciones pese a los remedios mágicos, ya que ante la muerte de nada valen remedios ni apelaciones. La posibilidad de una segunda vida sólo es otorgada a los más puros enamorados.

¿Estamos ante vestigios de fantasías ancestrales, nacidas de añejas civilizaciones? La presencia de elementos mágicos no nos ha de confundir con sus seductoras sugerencias. La moral de nuestros cuentos encaja con una sociedad de honor, propia del final del Antiguo Régimen y el comienzo del liberalismo. Amalgaman esfuerzo y conducta socialmente aceptada, muy determinada por valores cristianos tradicionales como el repudio de las segundas nupcias. Dentro de este mosaico de normas, la persona escoge su camino más individual, clara antropología del Concilio de Trento. La presencia de vivaces chistes y la preocupación por el control de natalidad ayudan a concretar la datación antes avanzada entre los siglos XVIII y XIX, lejos de contiendas medievales y criaturas prehistóricas, mas cerca de la eclosión de la cultura popular de nuestro Siglo de las Luces y de las contradicciones decimonónicas de nuestro complejo y contradictorio liberalismo.

Las rondalles y otros elementos de esta cultura popular (canciones, dichos, etc.) se fueron renovando a lo largo del tiempo dentro de una escala de valores con el propósito de responder a los lances de la vida cotidiana. Nuestros estudios a veces los congelan en un tiempo muerto.

Las armas del pobre.

Sin incentivos los jugadores abandonarían la partida y reclamaría nuevas normas. A la persona destinada a la eterna pobreza es conveniente dejarle una brizna de esperanza, por reducida que sea, en forma de cualidades, encantos y objetos mágicos.ense incentius els jugadors abandonen la partida i reclamen noves normes.

La calidad del valor moral fundamenta todo poder extranatural, pues la buena suerta no permanece ciega. El amor puro, el esfuerzo, el ingenio o la hermadad denotan bondad antropológica, convenientemente ayudada por hechizos y objetos mágicos otorgadores de bienes dignos del Paraíso. “Xarxa calà, a Déu siga encomanà!”, pronuncia el pescador. La procedencia divina de los objetos resulta indiscutible, expulsando los restos de la brujería más abyecta. Así pues, la vara ofrecía abundancia en la mesa familiar. El burro defeca riquezas dignas del oro. El pañuelo auxilia al pobre honrado. El garrote golpea al vecino ladrón.

La magia en estos casos sirve a Dios, y el milagro adquiere la dimensión de especialísimo regalo. Los remedios procuradores de la resurrección cristianizan el curanderismo, pues nunca el poder de las brujas del diablo puede equipararse con el de Nuestro Señor. De hecho, los objetos mágicos se prodigan menos en nuestra rondallística que la confianza depositada en la corte celestial.

Bestiario de la Terreta.

Los animales y las criaturas curiosas han acostumbrado a medir el grado de fantasía de una civilización desde antes de la grandeza egipcia. ¿Qué sería de Ulises sin Polifemo? Un Linneo también se interesaría por nuestra fauna de discretos animalitos, de sentimientos humanizados. El pobre lobo, carente de toda reminiscencia de grandeza religiosa de los iberos, sufre el maltrato de los labradores y superado por una zorra de mayor agilidad mental.

Cada criatura simboliza una función. La araña de ingrato egoismo, la responsable abeja, la hormiga cuidadosa o el mágico gallo transitan itinerarios más modestos que otras de raigambre bíblica, aunque no menos interesantes. Al combatir a un titánico gigante Joanet el Pescador se transformaría sucesivamente en león y águila, cualidades divinas del varón esforzado. De los dragones recordados por Bendicho sólo quedarían las serpientes gigantes de Jijona, en línea de los alcoyanos que ya habían suplantado el dragón de San Jorge por los moros. El bestiario mágico luciría en el escenario del Corpus, la gran fiesta alicantina del Antiguo Régimen, tan ligada a las cofradías.

El Mediterráneo dispuso del privilegio de ofrecer a la maravillosa Serena, aherrojada por un gigantesco negro y rescatada por un caballeresco pescador, un chico escapado de la escasez de los secanos en busca de la riqueza y que conseguiría convertir en labradora esposa a la preciada Serena. Ciertamente se trata de un mito que Julio Caro Baroja ya localizaba en la antigua Sumeria, testimonio de etapas anteriores menos conocidas metabolizadas por las necesidades más recientes.

El reino de las plantas.

Imprescindible resulta su recuerdo en una sociedad agraria, donde también encarnan funciones simbólicas, insistentes en la metáfora resurreccional. El realismo más claro es ofrecido por las algarrobas consumidas por las bestias de labor y en más de una ocasión por los pobres. Al ser Dios el alfa y el omega, los piñones de los dátiles dispensaron protección a la Sagrada Familia escapada a Egipto, clara influencia de La leyenda dorada del franciscano de la Voragine.

Se distinguen en Alicante dos grupos de plantas mágicas bajo la advocación de un santo, el de las del poder de la encarnación (como las resurreccionales peras de San Pedro), y el de las que ofrecen auxilio por su intercesión, caso de las habas. En cambio las celebérrimas bacores no se asocian con la figura de San Juan Bautista en nuestros relatos, pese a la coincidencia de su madurez con el gran 24 de junio. Nos encontramos aún muy lejanos de la contemporánea fiebre de les Fogueres, aunque el mal uso social de las plantas en el transcurso de la jornada del Sol Grande comporta graves consecuencias, especialmente en el mítico Fontcalent.

Rondallar.

Se trata de una actividad más complicada que la de relatar al calor del hogar una narración durante las largas noches invernales de un pasado no tan distante. Requiere memoria y no escasa gracia. A diferencia del poeta culteranista amante de los sinónimos ditirámbicos, la rondalla emana de la concisión, y en el fondo atesora una dimensión muy elaborada, con normas de composición servidas por un alfabeto simbólico de personas, animales y plantas, que algunos caracterizarían de egipcio. La utilización del cristano número tres, por ejemplo, es extraordinaria.
La rondalla se ayuda de mecanismos pnemotécnicos de estilo matemático. El tres es una de sus piedras angulares. En la versión colectiva más común tres personalidades distintas se encaran con tres misiones que brindan tres resultados dispares o incógnitas a dilucidar con las normas de la moral. También dispone de tres oportunidades un protagonista exclusivo de una narración.

Esta base trinitaria aporta puntos de comparación a los oyentes a adoctrinar, además de permitir la renovación del género a través de una serie de protocolos más o menos explícitos: el de la fusión o conciliación de tres ejemplos particulares, graduados según los imperativos morales; el de la incorporación de un relato puntual en uno de los tres elementos; el del enriquecimiento o inserción de tres nuevos componentes en una parte de la narración (del estilo de tres objetos mágicos antes no contemplados en una de las tres pruebas); y el de la simplificación de elementos, que puede reformularse o desaparecer simplemente.

De su aplicación minanan las propiedades de asimilación de componentes de una cultura pasada (ya descontextualizados completamente), de actualización con el recurso del comentario de incidencias cotidianas aportadoras de verismo, y de imitación de relatos coetáneos de otros lugares y de historias sacras prestigiosas. En este caso la rondalla gozaría del poder del fénix. Idénticas estructuras matemáticas y compositivas se han podido rastrear en las narraciones mitológicas griegas, en las sagas vikingas, en los apólogos del mundo islámico medieval o en los relatos de civilizaciones precolombinas como la azteca. Las categorías kantianas residirían en estos relatos, y Chomsky acertaría de hablar de estructuras expresivas mentales comunes a las personas, con independencia del idioma empleado.

Ahora bien, ¿quién creó realmente estos cuentos? No hemos de confundir los transmisores con los creadores en unas sociedades que navegaron entre el grafismo oficial y el analfabetismo popular de ciudades rodeadas de cinturones agrarios. En el caso alicantino, sin olvidar a las autoridades reales, serían las órdenes religiosas los grandes impulsores, especialmente los franciscanos, ya presentes en Alicante durante la Baja Edad Media, adaptando motivos ya ensayados en otros rincones de la Christianitas. Las clarisas de la Santa Faz gozaron de un notable papel al ser el venerado monasterio refugio de los huertanos ante las incursiones berberiscas. Antes de la severa imposición de las normas de clausura de Trento, las hermanas transitaron con mayor libertad por nuestros caminos rurales, con una familiaridad que indignó en 1640 al titular del monasterio, el endeudado municipio.

Sus pautas marcaron la creatividad más popular de los capitostes de familia con éxito, con peso creciente a medida que avanzamos hacia el siglo XIX, haciendo migas con el pragmatismo alicantino. En estas condiciones los relatos orales de la cultura popular completaron un ciclo vital de represión de elementos contradictorios con la cultura vigente, como las hechicerías condenadas por la Iglesia, adoctrinamiento, desarrollo ético, olvido progresivo por las transformaciones sociales y recuperación erudita.

La labor de los historiadores no resucita una cultura por la que ya ha sonado el toque de difuntos por mucho que se alaben sus virtudes educativas en ciertos medios académicos. Posiblemente en la sociedad presente la imagen haya suplantado a la antigua oralidad, y los mecanismos publicitarios ocuparían un espacio antes reservado a la rondalla, cambiando los prejuicios del honor por los del consumismo. De todas maneras se replantea el interrogante, ¿se trata del veritable sentir popular o de una fantasía encabalgada sobre la triste realidad ? En un Alicante tan vivo como el nuestro depende de cada uno de nosotros.

VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

Bibliografia

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AMADES, Joan, Costumari català, 16 volúmenes, Barcelona, 2005.
BENDICHO, Vicente, Chrónica de la muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante, 4 volúmenes. Edición de Mª. Luisa Cabanes, Alicante, 1991.
BORJA, Joan, Llegendes del sud, Picaña, 2005.
CAPÓ, Bernat, Costumari valencià. Coses de poble, 2 volúmenes, Picaña, 1999
GONZÀLEZ I CATURLA, Joaquim, Rondalles de l´Alacantí, Alicante, 1985.
LLULL, Ramon, Llibre de les bèsties, Barcelona, 1979.
MARTÍNEZ, Francesc, Llegendari valencià. Edición de Josep M. Baldaquí, Alicante, 1995.
VALOR, Enric, Rondalles valencianes, 8 volúmenes, Picaña, 1984.

 
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