08 septiembre 2013

SEIS PREGUNTAS SOBRE EL TRATADO DE TEODOMIRO (PARTE 1)


“En tanto que observe y cumpla 
fielmente lo que pactamos con él”

Todo un hito de la Historia.
Hace trece siglos un aristócrata visigodo alcanzó un acuerdo beneficioso con los triunfantes conquistadores musulmanes. Aquel hombre se llamó Teodomiro (en árabe Tudmir), y su nombre se asoció desde entonces a nuestras tierras. En un tiempo que cronistas como nuestro Vicente Bendicho conocieran como la Pérdida de España, siguiendo la tradición historiográfica hispanocristiana, y que los historiadores actuales encuentran en muchos puntos ayunos de fuentes de información suficientemente elocuentes, emerge en el área alicantina la colosal figura de Teodomiro entre el trágico final de la Hispania visigoda y el comienzo de Al-Andalus.


En nuestro panteón histórico particular aparece junto a Jorge Juan o Rafael Altamira, si seguimos las publicaciones auspiciadas por las instituciones y los diarios locales en la década de los ochenta. Por otra parte el estudio del celebérrimo pacto ha atraído con justicia a toda clase de investigadores naturales y forasteros. La identificación exacta de sus famosas siete ciudades ha hecho correr ríos de tinta desde el siglo XIX, y es una cuestión que dista de estar clausurada. Recientemente se le ha dedicado a la efeméride un Congreso en Orihuela. A través de seis preguntas planteamos una serie de cuestiones todavía abiertas a la investigación sobre el pacto con el fin de animar a su lectura y a la reflexión particular a todas aquellas personas interesadas por la Historia o lo alicantino.

 1ª. ¿Quién era Teodomiro?

La llamada “Crónica mozárabe” o la “Continuatio Isidoriana Hispana”, terminada de redactar hacia el 754, elogia a Teodomiro en unos términos favorables a un aristócrata de la Baja Antigüedad, la de la decadencia del Imperio romano de Occidente y de la paulatina aparición de los reinos germánicos en su solar. Es muy posible que su anónimo autor tuviera mantuviera una firme amistad con el propio Teodomiro, que le informaría de puntos como el de su viaje a la corte del califa Al-Walid. En tal obra a sus cualidades militares se sumaron sus dotes políticas y sapienciales. La idea del bárbaro arquetípico se encuentra fuera de lugar por completo. En las últimas décadas se ha reivindicado el gusto por la latinidad, el acierto de su cultivo y el deseo de mantener contactos culturales con otros poderes mediterráneos y europeos de la Hispania visigoda con capital en Toledo, la del gran San Isidoro ni más ni menos. Nótese que ningún autor le aplicó a Teodomiro el tratamiento de don, como al rey Rodrigo o Roderico, más propio de un magnate de un tiempo histórico posterior.
Desconocemos el lugar y la fecha exacta de su nacimiento. Enric Llobregat, su gran estudioso, ya destacó su vinculación con el círculo cortesano del Reino de Toledo bajo Egica y su hijo Witiza, el de los jóvenes gardingos o servidores regios, que le proporcionaría honores y riqueza, como el de su matrimonio con una rica heredera del área ilicitana. Una figura de su mismo nombre aparece en las Actas del XVI Concilio de Toledo, y dos inscripciones en el complejo arquitectónico del Pla de Nadal de Ribarroja (quizá una villa rural) contienen la forma Tevdinir. De tratarse de la misma persona nos encontraríamos con un hombre de especial relevancia en la Hispania de su tiempo.

Antes de la irrupción islámica, intervino en un interesante episodio bélico en calidad de “dux” derrotando a una fuerza invasora. El “dux” era el responsable militar regio de una de las provincias de raigambre romana en las que aún se dividía la Hispania coetánea. Teodomiro no rigió la extensa Cartaginense, y a veces se ha propuesto interpretar el “ducado” como una circunscripción militar especial de aquella provincia. De todos modos más parece cuadrarle a Teodomiro la más discreta dignidad condal, igualmente dotada de autoridad militar en su distrito. Con independencia de sus distinciones supo revestirse en todo caso del prestigio del protector del “populus” en línea con lo expresado hacia el 625 por San Isidoro en relación al rey Suintila (antes de ser acusado de robar a los pobres): “munícipe para todos, largo para pobres e indigentes, pronto a la misericordia, hasta el punto que mereciera ser llamado no sólo príncipe de los pueblos, sino también padre de los pobres.” Bajo tales premisas ideológicas negoció el acuerdo con los conquistadores, sin olvidar los inexcusables componentes marciales. 

Los citados invasores que venció fueron romanos de Oriente, los bizantinos, con los que los visigodos habían mantenido un fuerte conflicto décadas antes. Roger Collins data tal incursión en el 698, coincidiendo con la pérdida de Cartago ante los árabes, aunque no podamos precisar el lugar del enfrentamiento. Además este episodio plantea otro interrogante. En horas bajas, la Roma de Oriente con capital en Constantinopla había encajado terribles derrotas ante los musulmanes desde Siria y Palestina hasta la actual Tunicia, y enzarzarse en una renovada lucha con los visigodos no parecía demasiado lógico, aunque distintos autores han postulado varias causas ingeniosas: una intervención en un pleito interno visigodo, el deseo de compensar la pérdida de territorios en la cuenca mediterránea o incluso el intento de hallar refugio desde la Cartago a punto de perderse o ya expugnada por el Islam.

De forma colateral el estudio de tal episodio ha reanimado la investigación sobre las incursiones islámicas contra la Península antes del 711. Un fragmento del historiador Al-Tabari ha sido relacionado con lo expuesto en la “Crónica de Alfonso III” sobre el ataque de una flota musulmana en tiempos del rey Wamba (672-80). Los visigodos alcanzaron en este encuentro la victoria. A finales del siglo VII los musulmanes crearon el arsenal de Túnez, lanzando incursiones contra Sicilia, Cerdeña y las Baleares. Fundándose en todo ello algunos historiadores propusieron considerar islamitas a los invasores derrotados por Teodomiro. Desde la costa norteafricana los musulmanes alcanzarían el Sureste peninsular con relativa facilidad. En esta línea Joaquín Vallvé propuso reinterpretar la Historia de la conquista musulmana de Hispania, que no se iniciaría por el Estrecho de Gibraltar sino por el litoral murciano, trasladando la batalla de Guadalete al Campo de Sangonera entre Murcia y Lorca. Teodomiro sería el primero en comunicar al rey Roderico la llegada de los conquistadores. Estos planteamientos tan sugerentes colisionan con el carácter tardío de las fuentes hispanocristianas que les sirven de base y con el carácter esencialmente terrestre de la conquista islámica de Hispania. Con razón Julia Montenegro y Arcadio del Castillo han destacado el muy discreto protagonismo en aquélla de la flota musulmana, más pendiente del objetivo sardo. Nuestro Teodomiro no actuaría como un primer campeón ibérico contra el Islam sino como uno de los últimos comandantes victoriosos de la frontera militar de los visigodos con los bizantinos.


En todo caso Teodomiro ya se nos muestra bajo el prisma de un militar ducho y de un varón experimentado. Aquel aristócrata militar que acrecentó su poder tras la firma del pacto puede ser comparado ventajosamente con el galorromano Siagrio, “magister militum” finalmente derrotado por el monarca franco Clodoveo en el 486. No acaudilló un movimiento de resistencia como don Pelayo, llamado a tan gran porvenir, pero supo hacer de la guerra una prolongación de la política como pocos. No olvidemos que en nuestras tierras no habitaba un pueblo poco romanizado acostumbrado a porfiar con una autoridad lejana. Su perfil aparece en la historia con unos perfiles más nítidos que el de otro gran negociador de la moribunda Hispania visigoda, el conde Casio del Valle del Ebro. Ciertas atribuciones literarias tampoco hicieron de él una especie de Rey Arturo, el caballeresco personaje que engulló al dirigente britano, y Teodomiro personifica ante nuestros ojos los problemas de supervivencia política de las aristocracias de la Antigüedad Tardía, atentas a las oportunidades de los cambios de régimen político. Era un juego que se remontaba en nuestras tierras al menos a los dirigentes iberos que lidiaron con cartagineses y romanos, prolongándose hasta los días de la conquista cristiana.

2ª. ¿Teodomiro creó un pequeño reino sometido a los musulmanes?

El territorio al que se aplicó el pacto era el de siete ciudades que han suscitado y suscitan problemas de identificación severos en algunos casos. En las listas más habituales de los estudiosos figuran los nombres de Orihuela, Alicante, Elche, Mula, Lorca, Hellín y Villena, lo que no ha librado a algunos (caso de la última citada) de ser impugnados por arqueólogos e historiadores. La atribución de uno de los topónimos citados en el pacto a Valencia no ha parecido muy verosímil, planteando importantes interrogantes. Con independencia de estas controversias clásicas resulta claro que era un territorio estructurado en ciudades.

 La tradición urbana ya era milenaria en nuestras tierras. Los romanos la fomentaron con decisión, dotando a las ciudades de origen diverso de amplios territorios propios. La crisis del mundo romano fue acompañada del declive de ciertas expresiones de la vida urbana, lo que no significó la desaparición de la ciudad. Con razón en el registro arqueológico de los siglos V al VIII las urbes identificadas se nos muestran modestas, apuntándose en el pacto un silencio tan elocuente como el de Cartagena por razones no del todo claras y que van más allá de los combates entre visigodos y bizantinos ya citados. Al-Himyari, geógrafo de los siglos XIII-XIV, nos informa que allí fue vencido Teodomiro antes de refugiarse en Orihuela, desde donde alcanzó a negociar el tratado.  


 Sintomáticamente frente a la cita pormenorizada en las distintas versiones del pacto de sus testigos por parte musulmana, no aparece ninguno de la cristiana. En las ciudades hispanas coetáneas los condes tenían que tener presentes a los potentados de sus curias y a sus obispos. Toda resistencia en una hora tan difícil como la de la invasión islámica pasaba obligatóriamente por su cooperación más o menos estrecha. En Mérida su papel fue esencial.
Quizá Teodomiro aprovechara las circunstancias bélicas especiales para reforzar su autoridad de forma definitiva, implantando un nuevo caudillaje con resabios monárquicos para algunos coetáneos. La posible marcha de algunas notabilidades locales le ayudaría en este empeño, en una Hispania que caminaba hacia la feudalización de manos de los visigodos, y además dividida en vísperas de la conquista, como ha subrayado García Moreno, entre las zonas de obediencia a Roderico (las tierras meridionales y centrales peninsulares) y a Agila II, que al final sufrió la invasión de sus dominios en el Este y en el Norte. Las fuentes posteriores consagraron a Teodomiro como un varón carismático capaz de contentar a todo un califa, de casar ventajosamente a su hija y de transmitir su poder a Atanagildo. De ser veraces las noticias llegadas a nosotros rigió el territorio entre el 713 y el 743, año de su posible fallecimiento. Durante aquellos treinta años puso los fundamentos de la posterior “kura” o demarcación musulmana de Tudmir, identificada elocuentemente con él durante muchas centurias. En las atribuladas circunstancias del naciente Al-Andalus, un waliato dependiente del califato de Damasco, el avispado Teodomiro ejercería su autoridad con gran libertad, a veces propia de un rey a ojos de sus coetáneos hispanovisigodos, granjeándole las simpatías de personas destacadas. La conquista no supuso precisamente un drama para él. 
3ª. ¿Colaboró Teodomiro en la conquista islámica?
Según autores como Ibn Idari al-Marrakusi, Teodomiro tuvo que combatir para conseguir el “sulh” o pacto de protección. Tras guerrear en campo abierto contra las tropas de Abd al-Aziz, el hijo de Musa, se hizo fuerte en Orihuela. Allí vistió a las mujeres como si de guerreros se tratara, simulando barbas varoniles sus largos cabellos. Indujo a su rival a considerar en exceso dificultosa su toma, inclinándolo a la negociación y al pacto. Una vez firmado, Teodomiro descubrió su ardid a Abd al-Aziz, que guardó lo acordado con caballerosidad.

Este episodio se ha identificado con un motivo literario de la cultura árabe, que pasó a la de la Europa medieval, como bien se demuestra en la “Crónica” de Ramón Muntaner con motivo del lance de Galípolis. Poca cosa más tenemos de la actividad batalladora de Teodomiro, materia más para el estudioso de la literatura que para el de la historia bélica.

En el pacto sólo constan indicaciones genéricas acerca de la prohibición de cooperar con los enemigos de los musulmanes, no acogiendo a todos aquellos que pudieran destruir el espíritu del acuerdo, sin recogerse en el mismo las habilidades militares de Teodomiro y de sus seguidores. En consecuencia nada se detalló de ningún contingente de tropas a reclamar por los nuevos señores islamitas en los supuestos de alarma. En el fondo era una victoria en toda regla para un potentado como Teodomiro, pues los últimos monarcas visigodos insistieron con tanta angustia como ineficacia en el cumplimiento de los deberes militares de los aristócratas, obligados a enviar a las campañas de las huestes reales tropas serviles. Tampoco los conquistadores musulmanes estarían muy interesados en aquella hora histórica en ampliar su número de seguidores armados con guerreros de otra religión, que romperían su sentido de la superioridad y los obligarían a innecesarios repartos de botín.

En lugar de ofrecer unidades de federados al estilo romano para las grandes operaciones peninsulares, Teodomiro y los suyos ejecutarían de forma autónoma acciones tan discretas como necesarias de control local tendentes a reforzar su dominio sobre lo que más tarde se llamó la “kura” de Tudmir. Este sistema militar eventual no satisfizo realmente las necesidades militares de la nueva autoridad en Hispania, y en caso de sedición se podía volver con enorme facilidad en su contra, según acreditó el proceder de Atanagildo contra el poder cordobés. El establecimiento en la región de ciertas unidades de las tropas sirias de Baly, cuya retribución fue supervisada por las autoridades islamitas en la Península, intentó zanjar esta cuestión. En todo caso el tiempo de Teodomiro supuso el tránsito entre los ejércitos protofeudales de los visigodos, herederos de los de la Baja Romanidad, y los andalusíes costeados por la administración del “diwan”. 
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VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo




 
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