30 noviembre 2013

YO NO VENGO A DESPEDIRME DE TÍ (A ENRIQUE CERDÁN TATO)






No, yo no vengo a despedirme de nadie, mucho menos de ti. El que venga a decirte adiós, amigo, es que se marcha a algún sitio y durante un tiempo. 
Y si además viene apenado, huérfano y desolado es que no te conoce bien; debe pensar que eres de los que se van sin más. Le diremos que se equivoca.
  
No, yo no vengo a despedirme de ti ¿Por qué habría de hacerlo? Sólo se despide uno de quien se va a marchar, de quien no va a estar, y este no es tu caso. 

Con todo, la ciudad ha amanecido hoy como desprovista, desorientada, sin agarraderas, inmune a la esperanza, huérfana, como menos Alicante que nunca; como si la piqueta de Ferres hubiera de un tajo dejado a la vista sus huesos y por la herida abierta sangráramos todos los que nos ganamos la palabra y el título de ser de aquí. 

Nada ha cambiado de ayer a hoy a pesar de que en este tiempo hemos librado la batalla contra ese enemigo invisible que se pertrecha y levanta sus empalizadas precisamente ahí, en tu garganta, pero, con todo, no consigue acallar tu voz ni un ápice; contra este enemigo que arrasa tu cuerpo y que planta sus pendones de desesperanza en los territorios de tus entrañas, guerreamos ya desde hace un tiempo. ¡Malditos seáis! 

Tendido en la cama, con pocas fuerzas ya y sin poder hablar, me escribías con trazo tembloroso en aquella libreta tuya, algo casi ilegible pero, eso sí, volvías sobre la palabra escrita para acentuarla correctamente. Luego nos cogimos de la mano y esperamos, esperamos un buen rato hasta que he súbitamente de mis pies crecieron raíces que me fijan a ti, y me dejo llevar. Y aquí sigo, fijado, mirando subrepticiamente cómo acentúas las palabras. 

Por otro lado, ¿Sabes? Al acecho andan ésos, los de siempre, agazapados, avergonzados de su desnudez, malformes y ciegos, con las garras clavadas en los muslos de su víctima obscenamente desgarrados, violados, babeando asombrados porque tu voz, ahora, suena clara como de todas nuestras gargantas y el eco que las piedras le procuran la convierten en razón de razones, en manifiesto y en azogue de sinvergüenzas, de vándalos y sus ediles. 

Por cierto, ¿Te acuerdas de cuando le llamamos “fascista” al Trampas en el mismísimo salón de plenos porque se empecinó en no dejarnos intervenir? ¡Fascista!, eso sí, atendiendo a la tercera acepción que del término aplica el diccionario de la RAE. y que le venía al Trampas como un traje a Camps. Al orondo alcalde le decían el Trampas por su forma peculiarmente sucia de jugar al póker ¿Recuerdas? Ha sido así toda la vida.  

Ése y el día en el que nos encontramos con Salinas en Sevilla, o aquel otro en el que bajo la lluvia de marzo –Fa fret, decía Gibson- rendimos homenaje a Dickson y al Stanbrook en el puerto de Alicante han sido, quizás, los momentos más emocionantes que hemos vivido juntos, aunque, ahora que lo pienso, han sido tantos que me niego a licuarlos en tan poca cosa. 

Mis puños abrirán un agujero en la luz para que puedas ver acabado todo lo que no terminamos a tiempo por culpa de los de siempre. Lo que tu no has visto, amigo, lo verás a través de cientos de ojos y después, para celebrarlo, tomaremos café en el saloncito que siempre tenemos dispuesto bajo los pinos centenarios de tu casa en la playa o bajo los puentes del Sena, o rallando el cristal del Titicaca, o en las cumbres del Masnou, o sobre las arenas palestinas, o en los pozos de esperanza de los saharauis. Allá donde sea, plantaremos nuestra jaima y alrededor de nuestra mesita y nuestras tazas dejaremos que nos embriague la conversación y las verdades bajo la luz cenital tan adecuada, como sabes, para la caza de las ballenas.
   
Dime ¿Qué tiene esta jodida tierra? ¿Qué antiguos conjuros de enanos, alquimistas y viejas desdentadas te esclavizan al noray de aquí? ¿Qué te hace siempre desear volver? Estas tierras que se aprestan a la infidelidad, a la mancebía, a la manipulación arcillosa del dios pagano del pecunio y la bragueta. ¿Qué tiene esta jodida tierra que tanto la amamos? “Alicante, cómo te nos metes toda de golpe, en nuestras venas 

Leo de nuevo tus libros y en cada uno de ellos, en cada uno de los Alted, los Saña,los Bardas, los De la Gorce, y todos los demás, te he encontrado tan joven, tan luchador, tan vital y honesto como siempre, tan Enrique Cerdan Tato como siempre. Y en esta relectura caigo en la cuenta de que los Alted, uno detrás del otro, admiradores y observadores de tradiciones e historias, van a seguir rondado por esas tierras dentro y fuera de tus páginas, lo quieras o no. Tú los creas y ellos se emancipan, se multiplican y se hacen eternos. 

¿Ves? No vengo a despedirme de ti porque no quiero y porque, además,  no puedo; y si alguien lo hiciera que le sea desvelado que no es la despedida lo que hiere mortalmente; lo que realmente te lacera la existencia, lo que realmente te arranca el hálito indefectiblemente es la ausencia y en este caso tuyo, no ha lugar a ella. 

Posiblemente, ni tu lo recordarás, lo primero que escribiste fueron aquellas novelas maniqueas de vaqueros, Quién sabe si tenías once ó doce, ¿Recuerdas? En un lado los buenos, en el otro los malos y cuando acabe la novela no queda nadie en pie, como  en “Mi primera piedra” pero eso fue ,seguro , antes de que tus alumnos de la Escuela de Comercio te llamaran el “profesor alpinista” por haber escrito “En la cima”. ¡Qué ocurrencias! Luego vinieron los ripios a duro (“Compre un reloj Espinosa y no piense en otra cosa”) y los artículos en “Primera Página”. ¡Ah! Y cómo olvidarnos del barman que te avisó de que en su terraza había un inglés famoso que resultó ser el señor Ernesto Hemingway con su reciente Pullitzer sobre algún estante, junto a algún retrato de leones abatidos. Me lo imagino gigante y blanco repantingado sobre la silla de madera pintada de azul en la Explanada y diciéndote con esa voz de caverna que deben tener los viejos cazadores de tiburones gigantes “¿Ha probado usted este Whisky?” –a esa edad tuya era normal tal pregunta- Pues no va a encontrar mejor ocasión que ésta. Siéntese y pregunte, joven.- Pero tú, amigo Enrique, ¿Cuántas vidas has podido vivir ?  

Luego vinieron  La primera piedra” y los premios, y la política y sus desavenencias, y “El paseante” y la Político Social y los cuartelillos y aquel Guardia Civil poeta que te llamaba de usted y que te usó de crítico-oidor, ¡Cielos qué condena! Y luego “El lugar más lejano”, “Sombras nada más”, “Un agujero en la luz”, “Todos los enanos del mundo” y “La lucha por la democracia en la provincia de Alicante” y Ovidi –qué recuerdos- y Joan Manuel, y Victor y Ana, y Moustaki, y Cela, y Buero y su retrato de Miguel en su escondrijo bajo los manteles almidonados de un buen hombre, y Alberti, y Yasir Arafat –y aquel belencito hecho a mano en madera de olivo que te regaló y que tu colocabas, cada navidad, sobre la tele para que los nietos lo vieran- y “La historia de Alicante contada a los chicos”, y las conferencias, y tus Gateras por donde nos escapábamos todos de la plúmbea realidad de los días, ¡Que levante la mano aquel que le pidió algo a Enrique y éste se negó! Nadie.  

Dime ¿Cuántos artículos habrás escrito para los llibrets de hogueras? Cien o cien mil, qué más da. Enrique no sabe decir que no. No se puede negar a nadie. Mari Luz dice que si hubieras sido mujer, lo tuyo sería de aliviadero gratis, de manceba veinticuatro horas, de mancebía non-stop que dirían los modernos. 

La primera vez que penetré en tu santuario me pareció atravesar aquella montaña del Himalaya que te llevaba de la ventisca y los riscos nevados al esplendor de la eterna primavera en Shangri-La. Y allí, adentro, esperé por un momento encontrarme a Gregor Samsa, disfrazado de hombre, rondando por la Mala Strana haciendo de cicerone para un Marlowe algo despistado, todo por encontrar a la Loren de Arroz Amargo y, sin embargo, de entre un libro y otro los pececillos plateados anunciaban despavoridos la llegada del obispo ignorante todavía de que se le había declarado “La batalla de las tetas”, contando algún misterio sacro a Sigfrido De la Gorce y al alquimista al que todos llaman Bardas, mientras, en la bahía del Baver más de setecientas naves se aprovisionaban de agua de la Fuensanta preparando el asedio de Orán.  

Sentado a tu ordenador dirigías como Mehta la Filarmónica de Viena el concierto para personajes y tecnología en Mi Mayor cuando los solistas al presto se obstinaban en rebelarse –esto con la pluma y el papel no pasaba- . 
 
¿Una milhoja? Son de Dalúa
Nos pierde el dulce
 
¿Qué tal si acabamos el café de hoy al son de “Take the ‘A’ train” del Duke? Mañana, si quieres, nos vemos el último concierto de Año Nuevo y, si acaso, nos perdemos entre los amores de Kafka y Felice Bauer; por proponer algo, total, tenemos todo el tiempo del mundo para ello. 

El cronista nunca acaba su trabajo ¿Verdad? Le joda a quien le joda. En cualquier caso hoy en día y tal y como se remueve el fango, escribir una crónica de Alicante fiel y honrada sí es, amigo Enrique, escribir una verdadera “Antología de la aberración”.

Hablamos mañana.

                                        DANIEL MOYA 

 
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