21 marzo 2014

EL ABSOLUTISMO INVIABLE, ALICANTE EN 1825 (PARTE 2)




El temor al control de los prohombres.

El Fernando VII de la Década Ominosa no confió en los poderosos locales, demasiado independientes de las directrices gubernamentales pese a sus inclinaciones tradicionalistas. No se mostraron complacientes a la hora de aplicar nuevos impuestos municipales, pendientes de no perder el ascendiente sobre sus vecinos. Por añadidura no pocos eran sospechosos de liberalismo, ansiosos de rentabilizar su patrimonio. Don Rafael Viravens, cronista de inclinaciones liberales moderadas, apuntó la persecución de algunos prohombres alicantinos por el Gobernador militar Iriberry.

Las Reales Chancillerías y las Audiencias se entrometieron en la designación de los munícipes de aquellos ayuntamientos que podían renovar anualmente sus oficios, caso de Requena. En Alicante la derogación del concejo constitucional dio paso a la restauración del ayuntamiento real y perpetuo, que fue obligado a duplicar todos sus documentos para mayor seguridad. Ante el temor a levantamientos de signo liberal e incluso ultrarrealistas, la Real Audiencia de Valencia exigió a Iriberri que extremara las prevenciones y las comunicaciones el 29 de julio. El concejo alicantino, como otros, quedó reducido a la triste condición de registrador de las órdenes reales emanadas de su burocracia togada.

La influencia de los poderosos locales quedaba muy diluída en el entramado de las Juntas Protectoras y de las Comisiones de los Voluntarios. En las huestes o milicias municipales de los siglos XIII al XVII el mando había correspondido a los prohombres locales, que en Alicante tenían que acreditar la posesión efectiva de un corcel de guerra si querían acceder a los más encumbrados oficios como el de Justicia. La Guerra de la Independencia y las luchas de la Milicia Nacional del Trienio Liberal renovaron su experiencia combativa, y los Voluntarios inicialmente no cerraron tal puerta. El 26 de octubre se propuso como Capitán Comandante a Francisco Puigmoltó, de renombrado linaje alicantino, como Sargento 1º. a Luis Barroso, y como Subteniente a Juan Benítez Camacho. Sin embargo, el rey rechazó el 14 de noviembre el nombramiento de don Francisco de Paula Soler, regidor decano, como 2º. Comandante del Batallón. No se quiso alentar un punto de autoridad militar y municipal alternativa al del Gobernador Iriberry. 

A veces el compromiso se antojó pesado, con demasiados intereses cruzados. El 11 de noviembre Agustín Pastor logró zafarse del ofrecimiento municipal como Teniente de la 5ª. Compañía de Fusileros aduciendo su admisión en el 1er. Escuadrón de las Guardias Reales. Otros caminos se mostraban más seductores a la hora de promocionar.

¿Riesgos de infiltración liberal?

En teoría ningún sospechoso de liberalismo podía ingresar en las filas de los Voluntarios, abiertos a todos los leales al rey absoluto de los 18 a los 50 años. Curiosamente en Alicante sólo se admitieron a los mayores de 30, los nacidos antes de 1795 y que hicieran armas todavía bajo los principios tradicionales contra Napoleón. Un voluntario como Salvador Martínez recibió el primero de noviembre la licencia del Gobernador por inutilidad absoluta. Los mozos, más vigorosos para tales menesteres, fueron descartados por el miedo a su exposición a las ideas liberales.

A veces la opinión política nada tenía que ver con cuestiones generacionales (o de pertenencia social), sino con otras no menos persuasivas. No hace tantos años nuestro admirado Pere Anguera, que Dios tenga en la Gloria, planteó con cierta sorpresa de algunos que no pocos de los combatientes carlistas de las tierras catalanas y valencianas en 1833-41 lucharon por razones pecuniarias, obligados por la más extrema de las necesidades, la del hambre. En el Alicante de 1825 la miseria de las clases populares era un triste hecho, y formar parte de los Voluntarios podía aportar unos ingresos nada menospreciables. José Cepeda Adán rescató la solicitud de ingreso del joven Larra en los Voluntarios por razones descarnadas de paga. En suma, no resulta nada extraño que se quisiera evitar en octubre la infiltración de antiguos milicianos nacionales, algo que no siempre se consiguió. 

 Los roces con los poderosos.

 El despliegue de los Voluntarios no tuvo parangón en los sistemas de control policial del absolutismo del siglo XVIII. Las huestes concejiles de raigambre medieval habían pasado a la Historia, y en los municipios castellanos un reducido cuerpo de guardias, de nombres distintos, era escogido anualmente. En el reino de Valencia el acuartelamiento de tropas bajo el régimen de los capitanes generales tampoco resolvía satisfactoriamente el problema del orden público.

En cierto modo la movilización de los Voluntarios quiso contrarrestar la de la Milicia de los liberales, especialmente activa durante el Trienio de 1820-23. Se nutrieron las filas de los Voluntarios de hombres de condición media y modesta, no siempre cómodos para los prohombres locales. En Alicante no protagonizaron una insurrección contra las autoridades como en Requena en mayo de 1824, pero sí crearon problemas sensibles.

El de su mantenimiento astilló el apoyo de personas acaudaladas al absolutismo. Al hombre de negocios de Alcoy José Guijarro y Aracil se le exigió el 24 de abril desde Alicante lo que debía por el vestuario de los Voluntarios. Su cuñado y socio Manuel Gisbert se había ausentado, dificultando el problema, y el 28 de mayo se quejó por carta del trato recibido. Recordó los préstamos de dinero hechos a la causa del rey en los momentos más complicados, pese a los riesgos de faltar a la palabra con sus corresponsales mercantiles. Don José subió el tono: se consideró ofendido y engañado al carecer de valor las garantías personales que se le ofrecieron. Paladinamente dijo no querer acudir a medios no amistosos. La escasa efectividad de las reclamaciones y de los tribunales de lo contencioso-administrativo era más que evidente en 1825, pero el malestar destilado por hombres como él germinaría en 1833, cuando a la muerte de Fernando VII muchos prohombres apostarían por el liberalismo moderado postergando al absolutismo.

La prolongación de los males de la postguerra.

Al final el absolutismo fernandino no pudo prescindir del apoyo, por mínimo que fuere, de las unidades regladas del Ejército, con tendencia a la reducción por los problemas económicos y políticos apuntados.

 Alicante en el siglo XVIII

Los alojamientos ocasionaron una vez más espinosos problemas. La carencia de los oportunos cuarteles de guarnición impuso el hospedaje de oficiales y tropa en las casas del vecindario. La disciplina militar se resintió de la dispersión de los soldados y de sus responsables por el casco urbano al anularse la cohesión de hábitos del régimen cuartelario castrense. El comandante de ingenieros inspeccionó los cuarteles y los principales edificios públicos alicantinos para solventar tal problema.

Por otra parte, los oficiales estaban exentos de pagar las odiadas contribuciones indirectas sobre los productos de consumo gracias al Fuero Militar. Cuando compraban una mercancía gravada, tenían derecho a la compensación del impuesto o refacción, práctica muy propia de las sociedades del Antiguo Régimen que también benefició a grupos como los del clero. Este ejemplo era fatal en tiempos de evasión fiscal e insolvencia presupuestaria. El 20 de enero el ayuntamiento solicitó sin éxito la exención de los alojamientos de oficiales a cambio de aprobar las detestadas refacciones. En vano pidió el 25 de noviembre el cese de los alojamientos perpetuos.

Los militares esgrimieron a su favor disposiciones que se remontaban hasta 1775. Alojamientos y refacciones prolongaron los problemas que ya atormentaron a los alicantinos desde 1808, los de un vecindario castigado y empobrecido carente de buenas infraestructuras sanitarias y habitacionales.

 El miedo a la subversión.

En semejantes circunstancias este absolutismo se mantuvo más por la inercia que por su vigor, y más por el temor a una reacción más radical que por ilusión. Los liberales más tibios temieron el ultrarrealismo y los absolutistas más morigerados a la exaltación liberal.

En el verano de 1825 el periplo del ultrarrealista Bessières fracasó, y el 6 de septiembre el ayuntamiento alicantino hizo votos de fidelidad a un monarca tildado de traidor por todos aquellos que deseaban un régimen más represivo y el restablecimiento de la Inquisición. Iriberry coartó todo movimiento ultra en la ciudad. Al año siguiente actuó contra la intentona liberal de los hermanos Bazán, desembarcados en Guardamar. La actuación del batallón alicantino de los Voluntarios fue objeto de controversia, tanto por su modesta disposición como por la pretensión de las autoridades de Orihuela de atribuirse ante el rey todo el éxito de la acción. Fueron días vividos con un miedo muy cercano a la paranoia.

Los fracasos del absolutismo.

 El Alicante de 1825 nos muestra el fracaso del absolutismo como alternativa viable desde distintos puntos de vista. La autoridad marcial unipersonal no mejoró la vida de los alicantinos, objeto de dura represión. La recuperación del sistema oligárquico municipal privó a la ciudad de la necesaria cooperación ciudadana. Tampoco se granjeó el absolutismo las simpatías y los consensos necesarios dentro de su bloque de partidarios. La formación del Batallón de Voluntarios sólo mostró las fragilidades de un sistema por el que pocos alicantinos llorarían en 1833.

VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo

Fuentes y bibliografía.

ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE.
            -Armario 9. Libros 115-117.
            -Legajo 1911-19-8/011/0.
            -Legajo 1911-19-16/0.

ANGUERA, Pere, Déu, Rei i Fam: el primer carlisme a Catalunya, Abadia de Montserrat, 1995.

CEPEDA, José, Madrid de villa a corte: un paseo sentimental por su historia, Madrid, 2001.

FONTANA, Josep, De en medio del tiempo. La segunda restauración española, 1823-34, Barcelona, 2006.

JOVER, Nicasio Camilo, Reseña histórica de la ciudad de Alicante, Alicante. Edición de 1978.

VIRAVENS, Rafael, Crónica de Alicante, Alicante, 1876.

 
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