El temor al control de los
prohombres.
El Fernando VII de la Década Ominosa no confió en los
poderosos locales, demasiado independientes de las directrices gubernamentales
pese a sus inclinaciones tradicionalistas. No se mostraron complacientes a la
hora de aplicar nuevos impuestos municipales, pendientes de no perder el ascendiente
sobre sus vecinos. Por añadidura no pocos eran sospechosos de liberalismo,
ansiosos de rentabilizar su patrimonio. Don Rafael Viravens, cronista de
inclinaciones liberales moderadas, apuntó la persecución de algunos prohombres
alicantinos por el Gobernador militar Iriberry.
Las
Reales Chancillerías y las Audiencias se entrometieron en la designación de los
munícipes de aquellos ayuntamientos que podían renovar anualmente sus oficios,
caso de Requena. En Alicante la derogación del concejo constitucional dio paso
a la restauración del ayuntamiento real y perpetuo, que fue obligado a duplicar
todos sus documentos para mayor seguridad. Ante el temor a levantamientos de
signo liberal e incluso ultrarrealistas, la Real Audiencia de Valencia exigió a
Iriberri que extremara las prevenciones y las comunicaciones el 29 de julio. El
concejo alicantino, como otros, quedó reducido a la triste condición de
registrador de las órdenes reales emanadas de su burocracia togada.
La
influencia de los poderosos locales quedaba muy diluída en el entramado de las
Juntas Protectoras y de las Comisiones de los Voluntarios. En las huestes o
milicias municipales de los siglos XIII al XVII el mando había correspondido a
los prohombres locales, que en Alicante tenían que acreditar la posesión
efectiva de un corcel de guerra si querían acceder a los más encumbrados
oficios como el de Justicia. La Guerra de la Independencia y las luchas de la
Milicia Nacional del Trienio Liberal renovaron su experiencia combativa, y los
Voluntarios inicialmente no cerraron tal puerta. El 26 de octubre se propuso
como Capitán Comandante a Francisco Puigmoltó, de renombrado linaje alicantino,
como Sargento 1º. a Luis Barroso, y como Subteniente a Juan Benítez Camacho.
Sin embargo, el rey rechazó el 14 de noviembre el nombramiento de don Francisco
de Paula Soler, regidor decano, como 2º. Comandante del Batallón. No se quiso
alentar un punto de autoridad militar y municipal alternativa al del Gobernador
Iriberry.
A veces el
compromiso se antojó pesado, con demasiados intereses cruzados. El 11 de
noviembre Agustín Pastor logró zafarse del ofrecimiento municipal como Teniente
de la 5ª. Compañía de Fusileros aduciendo su admisión en el 1er. Escuadrón de
las Guardias Reales. Otros caminos se mostraban más seductores a la hora de
promocionar.
¿Riesgos de infiltración liberal?
En teoría ningún sospechoso de liberalismo podía
ingresar en las filas de los Voluntarios, abiertos a todos los leales al rey
absoluto de los 18 a los 50 años. Curiosamente en Alicante sólo se admitieron a
los mayores de 30, los nacidos antes de 1795 y que hicieran armas todavía bajo
los principios tradicionales contra Napoleón. Un voluntario como Salvador
Martínez recibió el primero de noviembre la licencia del Gobernador por
inutilidad absoluta. Los mozos, más vigorosos para tales menesteres, fueron
descartados por el miedo a su exposición a las ideas liberales.
A
veces la opinión política nada tenía que ver con cuestiones generacionales (o
de pertenencia social), sino con otras no menos persuasivas. No hace tantos
años nuestro admirado Pere Anguera, que Dios tenga en la Gloria, planteó con
cierta sorpresa de algunos que no pocos de los combatientes carlistas de las
tierras catalanas y valencianas en 1833-41 lucharon por razones pecuniarias,
obligados por la más extrema de las necesidades, la del hambre. En el Alicante
de 1825 la miseria de las clases populares era un triste hecho, y formar parte
de los Voluntarios podía aportar unos ingresos nada menospreciables. José
Cepeda Adán rescató la solicitud de ingreso del joven Larra en los Voluntarios
por razones descarnadas de paga. En suma, no resulta nada extraño que se
quisiera evitar en octubre la infiltración de antiguos milicianos nacionales,
algo que no siempre se consiguió.
Los roces con los poderosos.
El despliegue de los Voluntarios no tuvo parangón en
los sistemas de control policial del absolutismo del siglo XVIII. Las huestes
concejiles de raigambre medieval habían pasado a la Historia, y en los
municipios castellanos un reducido cuerpo de guardias, de nombres distintos,
era escogido anualmente. En el reino de Valencia el acuartelamiento de tropas
bajo el régimen de los capitanes generales tampoco resolvía satisfactoriamente
el problema del orden público.
En
cierto modo la movilización de los Voluntarios quiso contrarrestar la de la
Milicia de los liberales, especialmente activa durante el Trienio de 1820-23.
Se nutrieron las filas de los Voluntarios de hombres de condición media y
modesta, no siempre cómodos para los prohombres locales. En Alicante no
protagonizaron una insurrección contra las autoridades como en Requena en mayo
de 1824, pero sí crearon problemas sensibles.
El
de su mantenimiento astilló el apoyo de personas acaudaladas al absolutismo. Al
hombre de negocios de Alcoy José Guijarro y Aracil se le exigió el 24 de abril
desde Alicante lo que debía por el vestuario de los Voluntarios. Su cuñado y
socio Manuel Gisbert se había ausentado, dificultando el problema, y el 28 de
mayo se quejó por carta del trato recibido. Recordó los préstamos de dinero
hechos a la causa del rey en los momentos más complicados, pese a los riesgos
de faltar a la palabra con sus corresponsales mercantiles. Don José subió el
tono: se consideró ofendido y engañado al carecer de valor las garantías
personales que se le ofrecieron. Paladinamente dijo no querer acudir a medios
no amistosos. La escasa efectividad de las reclamaciones y de los tribunales de
lo contencioso-administrativo era más que evidente en 1825, pero el malestar
destilado por hombres como él germinaría en 1833, cuando a la muerte de
Fernando VII muchos prohombres apostarían por el liberalismo moderado
postergando al absolutismo.
La prolongación de los males de la postguerra.
Al final el absolutismo fernandino no pudo prescindir
del apoyo, por mínimo que fuere, de las unidades regladas del Ejército, con
tendencia a la reducción por los problemas económicos y políticos apuntados.
Alicante en el siglo XVIII
Los
alojamientos ocasionaron una vez más espinosos problemas. La carencia de los
oportunos cuarteles de guarnición impuso el hospedaje de oficiales y tropa en
las casas del vecindario. La disciplina militar se resintió de la dispersión de
los soldados y de sus responsables por el casco urbano al anularse la cohesión
de hábitos del régimen cuartelario castrense. El comandante de ingenieros
inspeccionó los cuarteles y los principales edificios públicos alicantinos para
solventar tal problema.
Por otra
parte, los oficiales estaban exentos de pagar las odiadas contribuciones
indirectas sobre los productos de consumo gracias al Fuero Militar. Cuando
compraban una mercancía gravada, tenían derecho a la compensación del impuesto
o refacción, práctica muy propia de las sociedades del Antiguo Régimen que
también benefició a grupos como los del clero. Este ejemplo era fatal en
tiempos de evasión fiscal e insolvencia presupuestaria. El 20 de enero el
ayuntamiento solicitó sin éxito la exención de los alojamientos de oficiales a
cambio de aprobar las detestadas refacciones. En vano pidió el 25 de noviembre
el cese de los alojamientos perpetuos.
Los
militares esgrimieron a su favor disposiciones que se remontaban hasta 1775.
Alojamientos y refacciones prolongaron los problemas que ya atormentaron a los
alicantinos desde 1808, los de un vecindario castigado y empobrecido carente de
buenas infraestructuras sanitarias y habitacionales.
El
miedo a la subversión.
En semejantes circunstancias este absolutismo se
mantuvo más por la inercia que por su vigor, y más por el temor a una reacción
más radical que por ilusión. Los liberales más tibios temieron el
ultrarrealismo y los absolutistas más morigerados a la exaltación liberal.
En
el verano de 1825 el periplo del ultrarrealista Bessières fracasó, y el 6 de
septiembre el ayuntamiento alicantino hizo votos de fidelidad a un monarca
tildado de traidor por todos aquellos que deseaban un régimen más represivo y
el restablecimiento de la Inquisición. Iriberry coartó todo movimiento ultra en
la ciudad. Al año siguiente actuó contra la intentona liberal de los hermanos
Bazán, desembarcados en Guardamar. La actuación del batallón alicantino de los
Voluntarios fue objeto de controversia, tanto por su modesta disposición como
por la pretensión de las autoridades de Orihuela de atribuirse ante el rey todo
el éxito de la acción. Fueron días vividos con un miedo muy cercano a la
paranoia.
Los fracasos del absolutismo.
El Alicante de 1825 nos muestra el fracaso del
absolutismo como alternativa viable desde distintos puntos de vista. La
autoridad marcial unipersonal no mejoró la vida de los alicantinos, objeto de
dura represión. La recuperación del sistema oligárquico municipal privó a la
ciudad de la necesaria cooperación ciudadana. Tampoco se granjeó el absolutismo
las simpatías y los consensos necesarios dentro de su bloque de partidarios. La
formación del Batallón de Voluntarios sólo mostró las fragilidades de un
sistema por el que pocos alicantinos llorarían en 1833.
VÍCTOR MANUEL
GALÁN TENDERO
Fotos: Alicante Vivo
Fuentes y bibliografía.
ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE.
-Armario
9. Libros 115-117.
-Legajo
1911-19-8/011/0.
-Legajo
1911-19-16/0.
ANGUERA,
Pere, Déu, Rei i Fam: el primer carlisme a Catalunya, Abadia de Montserrat,
1995.
CEPEDA,
José, Madrid de villa a corte: un paseo sentimental por su historia, Madrid,
2001.
FONTANA, Josep, De en medio del tiempo. La segunda
restauración española, 1823-34, Barcelona, 2006.
JOVER,
Nicasio Camilo, Reseña histórica de la ciudad de Alicante, Alicante. Edición de
1978.
VIRAVENS,
Rafael, Crónica de Alicante, Alicante, 1876.