29 noviembre 2007

Bolutas de Fuego - Francisco Figueras Pacheco

A modo de introducción

"En cierta ocasión y aprovechando una visita que hizo a la ciudad de Alicante, su tierra nativa, su terreta, don Rafael Altamira, Francisco Figueras Pacheco, que veneraba a don Rafael por su fecundidad intelectual, tan asombrosa, le preguntó cómo podía ir realiando tan magna obra, a lo que Altamira , sonriendo, contestó todo es cuestión de método. Se reparte el tiempo: tantas horas para estudiar, tantas para escribir, tantas para el descanso. Se sigue fielmente el plan trazado, y el milagro está hecho.

Figueras pensaba que las palabras de Altamira revelaban la modestia del sabio y afirmó que por rígido que sea el método y bueno el plan seguido , no hay hombre que haga lo que Altamira, si Dios no loha dotado de facultades excepcionales. Y habló de su entendimiento, de sus alientos de titán y de su virtud rayana en la santidad para sustraerse a los halagos más inocentes de la vida , que piden constantemente su parte en nuestras horas. Hace falta, en fin, ser un hombre de talla espiritual extraordinaria.

Y cuando leemos la anécdota y el comentario , ¿no pensamos todos que esas mismas y excepcionales cualidades se hallan en la personalidad de Figueras, cuya figura tanto nos asombra también?. Si"

Semblanza de Francisco Figueras Pacheco
Vicente Ramos
Alicante, 1980




Como parte de la obra, quizás menos conocida de Don Francisco Figueras Pacheco, trascribo a continuación unos versos de su libro Bolutas de Fuego, extraído de la edición de 1926 y que forma parte de mi biblioteca de geniales.



Mi Mausoleo

Yo no quiero obeliscos de granito.

Para poder dormir mi último sueño,

yo solo necesito

un pedazo de tierra muy pequeño.

En ella plantaréis unos rosales,

y en tanto que mi carne se consume,

mis galas funerales

serán mi propio ser hecho perfume.

Polirritmia

Cual nave con que juegan los vientos y los mares,

cruzando voy la vida que bulle en torno mío,

y el ritmo de sus ondas concierto mis cantares,

para llorar en unos mientras en otros rio.

Si el pecho no es esclavo de un solo sentimiento,

¿por qué pasar las horas cantando al mismo son?

Mi lira tiene cuerdas para mudar de acento,

porque sus fibras laten a par que el corazón.

Yo vuelo en unos versos igual que una paloma,

surcando los confines del limpio azul de Mayo;

y en otros soy la nube que ronca se desploma

al paso de las sierpes espléndidas del rayo.

A veces son mis versos, un órgano en que late

el eco de un remoto cantar de serafines;

y a veces mis estrofas son gritos de combate,

y estruendo de atambores y acordes de clarines.

Mis notas se parecen al son de la campana,

que hoy tañe tristemente doblando mortuoria,

y al despuntar el día despertará mañana,

con himnos de aleluya y cánticos de gloria.

El hado en fin va hiriendo mi ser, fibra tras fibra;

el pecho estremecido responde siempre fiel;

y al ritmo de la cuerda que en cada instante vibra,

mi pluma mancha un blanco pedazo de papel.


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