09 marzo 2008

CRÓNICAS TABARQUINAS (VIII)

Sobre la Semana Santa de Nueva Tabarca

Como ya ha quedado patente por lo comentado en anteriores artículos -ver “Nueva Tabarca” y Crónicas Tabarquinas (II)- la profunda religiosidad de los cautivos tabarquinos fue su tabla de salvación en un doble sentido, la propia fuerza de la fe, fortalecida por la atención espiritual del Padre Fray Juan Bautista Riverola, antiguo cura de Tabarka de la Orden de los Agustinos, cautivo como uno más, y las cartas que escribiera el Padre Fray Bernardo de Almanaya, en las que daba minuciosos detalles acerca del cautiverio y penalidades de dichos tabarquinos, despertando así el interés del Rey Carlos III por su redención, tan oportuna en el contexto histórico ya comentado.
Obvio es decir que dicha religiosidad perduraría y se transmitiría de padres a hijos. Así pues no es de extrañar que José Vallalta Orozco, párroco de Nueva Tabarca, en sus apuntes editados en 1959 con el título “Tabarca y sus habitantes”, su capítulo dedicado a “Religión, costumbres y fiestas” se extendiera ampliamente en la primera de sus acepciones, siendo sus primeras palabras: “La Religión de Tabarca es la Católica, a la que durante toda la vida han profesado y han rendido siempre sus mejores ofrendas...”. Añade más adelante: “Los años del destierro, aunque era muy libre, el sacerdote les acompañó muy gustoso. Cuando fueron trasladados a nuestra Capital de Alicante, vinieron capitaneados por su autoridad religiosa y aún en nuestros días gozan todos los sacerdotes de un acatamiento Patriarcal por parte de todos y cada uno de estos isleños”.
El Padre Vallalta continúa su escrito describiendo y ensalzando la iglesia de Nueva Tabarca, la que dice que está “dedicada a San Pablo y a la Inmaculada Concepción”, y continúa afirmando que “es la única Iglesia de España que tiene a este Santo por Patrón principal”, y se deshace en elogios a la asistencia masiva de los tabarquinos a los oficios religiosos.
Más adelante, el entonces párroco de Nueva Tabarca escribe sobre los festejos que se celebran en la isla, comenzando con su fiesta principal que “la celebran el día 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo, a cuyos Santos Tabarca tiene por Patronos”, que convoca incluso a todos los nacidos en la isla y que por circunstancias han salido de ella, fundamentalmente por motivos laborales, que regresan a ella para celebrar sus fiestas mayores. Continúa con la fiesta de la Inmaculada, que según Vallalta se celebra por tres razones: la primera “porque se trata de honrar a la Madre de Dios y también nuestra”, en segundo lugar “porque es la Patrona de toda la juventud femenina de la Isla, ya que en su honor se halla constituida la Congregación de las Hijas de María y Aspirantes”, y por último porque un 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, “pisaron por vez primera, los tabarquinos primitivos, esta Isla y fundaron el pueblo actual”, culminando el día con “una fervorosa y entusiástica Procesión”. Prosigue con la festividad de Nuestra Señora del Carmen el 16 de julio, explicando que “un pueblo auténticamente marinero no podía menos que ensalzar a su Patrona, Reina y Madre de los marineros”, y relatando “la procesión de la Santísima Virgen por el mar, capitaneando toda la flota de la Isla”. Y más someramente, el Padre Vallalta hace referencia al primer domingo de mayo, día en el que “la Isla de Tabarca celebra la fiesta dedicada a nuestra Virgen del Rosario”, y añade que “unos músicos, unos cohetes, su diana, amenizan el día y enfervorizan a estos isleños”.

Pero es curioso que ni hace referencia a la Navidad, ni a la Semana Santa. De la primera la omisión se puede entender, porque en todo colectivo católico su celebración apenas difiere y poco ha cambiado con el paso de los siglos, pero parece muy llamativa, y más viniendo de un religioso, la inadvertencia de la semana religiosa por excelencia, la Semana Santa, cuyo único testimonio escrito viene dado en 1981 por José Luis González Arpide, ya aludido en artículos anteriores, autor de la tesis “Los Tabarquinos. Estudio etnológico de una comunidad en vías de desaparición”, en la que curiosamente afirma en su referencia a la Religión Católica, apartado sobre la Semana Santa, que “la Semana Santa es sin duda alguna el momento del año que los tabarquinos viven con más intensidad y fervor”. Extraña contradicción, sin duda, cuando es una celebración que en parte pervive en la actualidad, como buena muestra son las fotografías que acompañan a estas líneas.
Desgranando de la mano de González Arpide los momentos más importante de esta celebración, comenzamos con el Domingo de Ramos, día en el que tras la bendición de las palmas, las mujeres al atardecer recorren el pueblo cantando el Romance de la Pasión, con inicio y final en la Plaza Mayor o Plaça Gran, cuyo cometido es anunciar a los vecinos el comienzo de una semana de meditación y reflexión. Su texto original lo podemos encontrar en la tesis mencionada.
El Jueves Santo al final de la mañana se prepara un altar lateral en la iglesia, a base de flores y velas que aportan los tabarquinos, sobre el cual se expone una Custodia que permanecerá en ese lugar hasta el Domingo de Resurrección. Y a la caída de la tarde tiene lugar el acto principal o central de la Semana Santa Tabarquina actual, la Procesión del Nazareno y la Dolorosa, ambas imágenes portadas en andas, la primera por hombres y la segunda por mujeres, que se corresponden a las citadas fotografías que acompañan este artículo. Así la describe González Arpide: “Sale primero el Nazareno, después la Dolorosa, mientras los hombres toman dirección a la plaza, comenzando a bordearla por su lado derecho, las mujeres toman una calle lateral por el lado izquierdo y tomando la primera bocacalle a la derecha van a parar a la plaza mayor, en el momento en que el Nazareno llega a la altura de la confluencia con esta calle, efectuándose el «encuentro» de las dos imágenes. La Dolorosa toma ahora la cabeza de la procesión, tornando nuevamente al templo parroquial”.
Hasta 1936, el Viernes Santo se efectuaba un Vía Crucis a las tres de la tarde, que transcurría hasta la Plaza Mayor, y que tras la Guerra Civil fue sustituido por un segundo Vía Crucis en el interior de la iglesia. Las Estaciones son leídas por mujeres y contestadas por los fieles, que suelen acudir en masa a dicha celebración. Dichas Estaciones están adosadas a lo largo de los muros del templo, numeradas con números romanos, y se corresponden con las catorce etapas o momentos de la Pasión. Y a la puesta del sol se celebra la Procesión de Jesús Muerto y la Dolorosa, esta vez portadas indistintamente por hombres y mujeres, transcurriendo también por la Plaza Mayor y de vuelta a la iglesia, durante la cual antiguamente se recitaba desde los balcones que dan a la plaza el Romance de las Siete Palabras, recogido íntegro en la obra de González Arpide.
Por último, el Domingo de Resurrección, desde bien temprano doblan las campanas de la iglesia llamando a la Procesión de Resurrección que consta, según dicho autor, de dos elementos: “Uno es el sacerdote, que revestido con la capa pluvial, porta el relicario que ha servido de monumento durante la semana, su salida de la iglesia se hace bajo palio y se dirige a la Plaza Mayor, que la rodea por su lado derecho. La otra parte de la procesión está formada por la imagen de la Dolorosa, que es transportada en andas y con el velo cubriéndole la cara, por cuatro jóvenes tabarquinos que entran en quintas ese año y que se visten con un traje de marinero para transportar la imagen. Esta segunda comitiva, se dirige también a la Plaza Mayor, por el lado izquierdo. En el medio tiene lugar el encuentro de las dos comitivas. Avistada la imagen con el sacerdote, los marineros portadores de la Dolorosa se hacen una flexión de piernas para que la imagen se incline y salude la custodia. Este momento, es aprovechado por una de las mujeres asistentes, para echar hacia atrás el velo de la imagen. Otra de las mujeres, que lleva con ella un pequeño saquito, comienza a arrojar sobre el palio y los asistentes diminutos papelillos. En este momento se hace explotar varios cohetes y es cuando los portadores vuelven a recuperar su posición original”. Tras este segundo “encuentro”, las imágenes vuelven a la iglesia y concluye la procesión.
Durante la semana de Pascua, como marca la tradición, pervive la costumbre de ir a comer la “mona” en el campo de la isla.
Este año, parece ser que la Revista Oficial de la Semana Santa Alicantina, que edita el Ayuntamiento de nuestra ciudad, va a recoger un artículo del Director del Museo de Nueva Tabarca, José Manuel Pérez Burgos, sobre la Semana Santa Tabarquina. Esperemos que sirva de divulgación de la misma, y esto sirva de acicate para su recuperación para Alicante e incorporación a la Semana Santa de nuestra ciudad. Sería sorprendente, excepcional e inigualable.

ARMANDO PARODI ARRÓNIZ

Crónicas Tabarquinas 1: Sobre su nombre, antigüedad y descripción
Crónicas Tabarquinas 2: Sobre sus primeros dueños y su población definitiva
Crónicas Tabarquinas 3: Sobre la navegación por los alrededores
Crónicas Tabarquinas 4: Sobre los Fusilamientos en la isla
Crónicas Tabarquinas 5: Sobre el bloqueo y rendición de Nueva Tabarca
Crónicas Tabarquinas 6: Sobre Carlos V y los Piratas
Crónicas Tabarquinas 7: Sobre el Faro de Nueva Tabarca y los Hundimientos

 
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