15 abril 2008

EL TELESCOPIO: HISTORIAS DEL CASTILLO DE SANTA BÁRBARA (3)

El Telescopio: Historias del Castillo de Santa Bárbara (2)

Corría el año 1812. Desde lo alto del baluarte de la Ampolla, junto a la ermita de Santa Cruz, el capitán de artillería don Vicente Torregrosa apuntó con mucho cuidado su cañón y dio la voz de fuego. Esperó, tras la detonación, mirando con su catalejo hacia la ermita de Los Ángeles, hasta que vio surgir allí una gran polvareda. El proyectil había dado de lleno en el potente obús instalado por las tropas francesas, que poco después se volvían a Valencia, incapaces de enfrentarse a la artillería del castillo de Santa Bárbara. Los soldados de Napoleón jamás entraron en Alicante.
Sin embargo, en noviembre de 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis, venidos de Francia para implantar la monarquía absoluta de Fernando VII, entraban en la ciudad y su castillo, abandonados horas antes por el comandante Chapalangarra y gran número de liberales; siendo nuestro puerto el último lugar de España donde tuvo vigencia la Constitución de 1812.
Desde el final de la Guerra de la Independencia, Alicante había sido un escenario destacado de la lucha entre demócratas y absolutistas. Ya en ese mismo año de 1823, los hermanos Bazán, Bartolomé Arques y otros liberales desembarcaron en Santa Pola, siendo capturados por el gobernador absolutista Fermín de Iriberri, de temible recuerdo, quien los torturó y los mandó ejecutar, negándoles incluso la comunión. Muerto Fernando VII, el reinado de Isabel II se debatiría entre gobiernos autoritarios y otros más o menos democráticos.
En 1844, el coronel de carabineros Pantaleón Boné se alzó en Alicante en defensa de la Constitución, mientras, en un audaz golpe de mano, su lugarteniente Martín Empecinado, hijo o sobrino del famoso guerrillero, se hacía con la fortaleza. El gobierno de Madrid mandó al General Roncalli, desde Valencia, a sofocar la rebelión y se estableció un cerco que intentaron romper los sitiados en varios intentos fallidos, siendo capturados varios oficiales de Boné, que fueron fusilados en Villafranqueza. Ante la férrea actitud de los sitiadores, el capitán Empecinado decidió traicionar a su jefe y pactó en secreto con el general Roncalli, a cambio de inmunidad, entregándole el castillo. Y así, desprovisto del baluarte y a merced de sus cañones, Pantaleón Boné tuvo que huir de Alicante, siendo capturado cerca de Sella. Otros destacados liberales alicantinos habían partido del puerto a bordo de barcos extranjeros, en una escena repetida varias veces en nuestra historia. Boné y sus más cercanos colaboradores fueron fusilados en el malecón, en humillante postura de espaldas y de rodillas. Pero el pueblo alicantino guardó su memoria y llamó a aquel lugar Paseo de los Mártires de la Libertad. Años más tarde, ya con un gobierno liberal, se alzó en la Plaza del Mar un airoso monumento, obra de Bañuls, en honor a aquellos héroes. Hoy, ese paseo es nuestra Explanada. En cuanto al monumento, sería destruido en 1939 por los franquistas, a los que molestaba la palabra “libertad”.
La última acción de guerra en la que intervino nuestro castillo fue el bombardeo de Alicante por la fragata Numancia, de los cantonales cartageneros, en 1873. Veinte años más tarde, fue despojado de sus ya inútiles cañones, y en 1929 fue entregado, para su solaz, al pueblo de Alicante.
En 1939, la Guerra Civil finalizó precisamente en nuestra ciudad, cuando los últimos combatientes republicanos fueron confinados en el Campo de los Almendros y el castillo. Alicante iba a ser de nuevo el último refugio de la democracia española, así como de la constitución de 1931. Por aquel entonces la fortaleza era utilizada como prisión, quedando en el suelo de alguno de sus baluartes los nombres de los prisioneros, grabados en la piedra; y durante años, hasta que vino el turismo y se construyeron los ascensores, sería dedicada a refugio de indigentes.
Nuestro Castillo de Santa Bárbara y su Cara del Moro constituyen el más importante icono de la ciudad y así figuran en su escudo. Sería una imperdonable falta de respeto mancillar su airoso perfil con funiculares, trenes cremalleras, anfiteatros, bares y restaurantes, que alterasen la paz de unas piedras que de siempre nos han amparado a lo largo de nuestra venerable historia.

Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 15-4-2008)

 
La Asociación Cultural Alicante Vivo se reserva el derecho de moderación, eliminación de comentarios malintencionados, con lenguaje ofensivo o spam. Las opiniones aquí vertidas por terceras personas no representan a la Asociación Cultural Alicante Vivo.