31 diciembre 2012

OBRAS SON AMORES (2). JORGE JUAN. UN MARINERO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS

 “Este eminente científico español del siglo XX”, dijo el gran historiador, escritor –y amigo personal-, D. Emilio Soler Pascual, “es al mismo tiempo (paradojas de la vida) una de las personalidades menos conocidas de nuestro reciente pasado”. Y si tal aseveración surge de la pluma de todo un maestro en Historia Moderna como él, motivo de más para acercar su figura y la de su tiempo a Alicante Vivo, ahora que se cumple el III Centenario de su nacimiento, ocurriera donde ocurriese –Novelda o Monforte-. “Pues el tiempo, único amigo fiel en temas del pasado, ha demostrado que el genial marino fue, ante todo y sobre todo, un gran provinciano de Alicante”


Querer conocer un poco –o mucho- la figura de D. Jorge Juan y Santacilia, Caballero de la Orden de Malta, Jefe de la Armada Española, Capitán de los Guardamarinas, Fundador del Real Observatorio Astronómico de San Fernando, Rector del Seminario Real de Nobles de Madrid, Constructor de Barcos, espía, escritor, etcétera, etcétera y etcétera, supone adentrarse en la fascinante obra del señor Soler, “Viajes de Jorge Juan y Santacilia”, texto completamente indispensable para vislumbrar el pasado –y presente- del más grande “ilustre” que ha dado esta tierra. Y si no nos creen, miren, miren….

Había nacido el 5 de enero de 1713 –ya ha llovido desde entonces- en la masía solariega del siglo XVII “Fondonet”, propiedad de su padre y situada en el término municipal de Novelda. “Otro asunto fue su bautizo, que tuvo lugar cuatro días después en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Nieves, en Monforte, entonces adscrita a Alicante (…), debido supuestamente a una fuerte riada en el Vinalopó que impidió a su familia acercarse a Novelda”. Independientemente de qué población quiso contar entre sus próceres a tan insigne científico, lo cierto es que su figura se convirtió en universal desde el mismo momento en que quedó huérfano de padre y pasó a la tutela de su tío, D. Cipriano Juan y Canicia, bailío de la Orden de San Juan.

 Tras cursar estudios elementales en el Colegio de los Jesuitas de Alicante, marchó a Zaragoza primero, en donde se graduó de Gramática y Humanidades, y a Malta después, ciudad en la que sería nombrado Caballero de dicha Orden y Comendador de Aliaga tras coronar con éxito cuatro campañas navales contra los piratas berberiscos. Tenía entonces 18 años, y “su barco ya había escoltado al futuro rey Carlos III desde Antibes a Liorna”. En su último servicio en el Mediterráneo, accidentado por una “epidemia de tifus que acabó con la vida de más de quinientos hombres”, Jorge Juan enfermó gravemente y tuvo que regresar a Cádiz para proseguir sus estudios en la Academia Naval. Fue allí donde, recuperado milagrosamente, conoció a D. Antonio de Ulloa, otro joven oficial con el que compartiría, sin saberlo, el viaje más emocionante de sus vidas.

 “Los llamaban 'Los Caballeros del Punto Fijo', pues siempre se hallaban ensimismados midiendo la forma y magnitud del globo terráqueo”. Ese fue su cometido y su gran viaje, un empeño personal del monarca Felipe V, que deseaba mandar una expedición al continente sudamericano para realizar tareas científicas. “Isaac Newton había deducido la hipótesis de que la Tierra no era una esfera perfecta sino achatada por los polos (...), pero los astrónomos franceses Piccard, La Hire y Cassini la rebatieron”. Felipe V, enterado que su homólogo galo, Luis XV, iba a mandar a un grupo de eminentes personalidades encabezadas por Louis Godin, Pièrre Bouger y Charles M. de la Condamine, para dilucidar ese entuerto, “hizo lo mismo con Jorge Juan y Antonio, dos jóvenes capaces de impedir que la gloria recayese en manos extranjeras”.

 Y lo consiguieron. “Su llegada causó estupor y risa entre los veteranos y renombrados miembros franceses, que veían en aquellos dos jóvenes españoles inexpertos el fracaso de toda la nación hispana”. Los cinco investigadores se dividieron en grupos y, tras nueve años de investigaciones entre las ciudades de Quito y Cuenca, en ocasiones con unos instrumentos antiguos o defectuosos que impedían medir con exactitud un grado de meridiano en el Ecuador, se llegó a la conclusión de que los resultados más precisos fueron los que obtuvieron Jorge Juan y Antonio de Ulloa, y que confirmaban la hipótesis de Newton sobre la forma de la Tierra.

 
Tumba de Jorge Juan

Aquello marcó indefectiblemente el resto de la trayectoria de nuestro marino, que fue ascendido a Capitán de Fragata y titulado como Miembro de la Real Academia de Ciencias. Tras eso, publicó varios libros sobre sus observaciones astronómicas, ganándose severos problemas con la Inquisición por admitir el sistema heliocéntrico copernicano y que hubieran acabado como el Rosario de la Aurora de no ser por el insistente apoyo del censor-jesuita D. Andrés Marcos.

 “Observador de los métodos de construcción de barcos extranjeros bajo el nombre clave de Mr. Josues” –lo que en nuestro pueblo siempre se ha llamado “espía”-, sus últimos años los pasó como Director del Observatorio Astronómico de San Fernando, centro aún hoy en activo “que se ocupa del control del tiempo cronológico de España por medio de avanzados relojes atómicos”.

 Enfermo de epilepsia y con dos cólicos biliosos graves, regresó a Madrid en 1773 tras pasar unos días de recuperación en el balneario de Busot de su Alicante natal. Allí entraría en coma y moriría el 21 de junio “víctima de un accidente alferético”. Su cuerpo, tras el triste adiós, viajaría por España más que el baúl de Concha Piquer, pues tras ser enterrado en dos ocasiones en la Iglesia de San Martín, sus restos fueron exhumados en la Guerra de la Independencia y almacenados temporalmente dos años en los sótanos del Ayuntamiento de Madrid. Por fin, un 2 de Mayo de 1860, serían trasladados al Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando, Cádiz, en donde continúan bajo la enseña: “Entregó al Señor su vida tras ennoblecerla con su piedad y buenas costumbres”.

Descanse en paz.

JUAN JOSÉ AMORES
 
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