26 agosto 2013

RECORDANDO A AMADO GRANELL EN EL 69 ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DE PARÍS


 Amado Granell Mesado fue el héroe de la liberación de París, en la II Guerra Mundial, y fue vecino de Alicante en los últimos años de su vida. Vivió tres guerras y fue protagonista de aventuras que podrían servir de guión a excelentes películas bélicas e, incluso, de espías. Durante toda su existencia dio ejemplo de tesón, integridad, valor y lucha por la democracia. Poseedor de múltiples condecoraciones y distinciones, cuando fue nombrado caballero de la Legión de Honor francesa, el general Leclerc dijo: “Si la Legión de Honor fue creada por Napoleón para premiar a los bravos, nadie se la merece más que usted”.

 

Granell había nacido el 5 de noviembre de 1898 en Burriana (Castellón), y en 1921, indignado por lo acontecido en el Desastre de Anual, se enroló en la Legión y luchó en nuestra Guerra de África.

 En 1927, ya licenciado, nos lo encontramos en Orihuela al frente de un negocio de bicicletas y motocicletas. Por entonces era militante de Izquierda Republicana y estaba afiliado al sindicato UGT. Al estallar la Guerra Civil, formó parte del comité que se hizo cargo del Ayuntamiento oriolano y ayudó a salvar las valiosas obras de arte del Colegio de Santo Domingo y otros templos de la población.

 En noviembre de 1936 es ascendido a capitán, al frente del llamado “Batallón de Hierro”, unidad de motoristas armados de fusiles ametralladores cuya denominación oficial era Batallón Motorizado de Ametralladoras, que sería ampliado a Regimiento. Por entonces manda los blindados que participan en el sitio de Santa María de la Cabeza.

 Ascendido a Comandante en diciembre de 1938, se hace cargo de la 49 Brigada Mixta, con la que participa en la ofensiva de Fuente Ovejuna.

 Al mando de la 49 División, en 1939, se ocupa de la defensa de Castellón ante el avance de las tropas de Franco. En los últimos días de la guerra, decidido a continuar la lucha desde el exilio, se embarca el 28 de marzo de 1939 en el vapor Stanbrook, del capitán Dickson, último buque que parte del puerto de Alicante con casi 3000 refugiados. Granell lleva consigo su fusil ametrallador, que tiene que entregar a las autoridades francesas de Orán, donde es internado en un campo de trabajo.

 Pero Granell no se da por vencido, y en 1942 se une a los americanos que acaban de desembarcar en el norte de África y los ayuda a tomar Orán. A continuación se enrola en los Cuerpos Francos de África, junto a otros muchos exiliados republicanos españoles, y tiene que tragarse su orgullo aceptando el grado de subteniente que le otorga el Ejército Francés. Participa en la campaña de Túnez en 1943, luchando contra las tropas alemanas del Afrika Corps del general Rommel. Allí es herido de gravedad y ascendido a teniente.

 Por entonces, el general Leclerc llega del Chad con sus tropas de la Francia Libre y funda la División Acorazada que lleva su nombre. Granell se integra en ella como adjunto del capitán Dronne, en la mítica compañía 9ª, conocida como “La Nueve” en castellano, por estar integrada casi en su totalidad por exiliados republicanos españoles. Embarcados en el buque Franconia son enviados a Gran Bretaña para su entrenamiento y preparación con vistas a un futuro desembarco en el continente.

 Y el desembarco de Normandía tiene lugar el 6 de junio de 1944. Una vez acondicionados los puertos prefabricados para recibir material pesado, la División Leclerc desembarca a su vez en Normandía el 1 de agosto y participa en los combates que consolidan el establecimiento definitivo de la cabeza de puente, en los que se distingue Granell al frente de su sección.

 

 Los aliados avanzan hacia el Este tratando de alcanzar Alemania, aplastando a las tropas enemigas que se retiran. En París, la Resistencia se ha alzado contra los ocupantes y se ha hecho fuerte en el Ayuntamiento, mientras los alemanes todavía se mantienen en su Cuartel General. La situación es muy tensa, con escaramuzas y combates callejeros, mientras el general Von Choltitz, gobernador de París, espera la llegada de alguna división Panzer para cumplir las órdenes de Hitler de destruir la capital con todos sus monumentos. Si los resistentes no reciben ayuda inmediata puede producirse una matanza como la que ha ocurrido en Varsovia, donde la resistencia no ha recibido ayuda de las tropas rusas y los alemanes la han aplastado sin contemplaciones, provocando una masacre. De Gaulle y Leclerc quieren ir en auxilio de París, pero Eisenhower, Patton y Montgomery tiene otros planes. Para ellos lo importante ahora es destruir a los enemigos en retirada y prefieren rodear la capital francesa. Leclerc no se resigna y manda hacia París a su mejor compañía, “La Nueve”, en una misión que oficialmente es de reconocimiento. El capitán Dronne, al frente de una sección de unos 50 hombres en sus vehículos blindados, y el teniente Granell, al mando de otra sección, se dirigen a París por dos caminos distintos. Dronne deberá ir hacia el cuartel general alemán con el fin de hostigarles y conminarles, si puede, a que se rindan. Granell irá al Ayuntamiento, a reforzar a los resistentes que lo han ocupado. Por el camino encuentran un puente que sospechan está minado, dispuesto para estallar cuando sea cruzado por un vehículo. La columna se detiene y Granell, solo sobre su jeep, lo cruza el primero, comprobando que no tiene cargas explosivas, tras lo cual anima a sus hombres a pasar al otro lado. Los parisinos desconfían de aquellos soldados que hablan un idioma extranjero y llevan en sus tanquetas la bandera de la II República española, así como exóticos nombres (Guadalajara, Brunete, Belchite, Madrid) pintados en sus costados. Pero cuando comprueban que pertenecen al ejército de la Francia Libre estalla el entusiasmo. La unidad de Granell se interna por las calles de París, recibiendo esporádicos disparos de los alemanes, hasta que llegan a la Plaza del Ayuntamiento, a primeras horas de la noche, y toman posiciones. “Hemos llegado a París, manden refuerzos”, dice el mensaje que envían por radio a Leclerc. El teniente Granell se presenta a los líderes de la Resistencia, en la que militan también muchos exiliados españoles, y estrecha la mano de Georges Bidault y Chaban-Delmas, que llegarán a ser importantes políticos franceses. Y así toma posesión oficial de la ciudad de París. Las vecinas campanas de Notre Dame comienzan a voltear. Un bombero francés, burlando la vigilancia alemana, se encarama a la Torre Eiffel y despliega una gigantesca bandera francesa. La gente se echa a la calle, en un júbilo imprudente que todavía se cobra algunas vidas bajo los disparos de francotiradores alemanes. Cuando el capitán Dronne llega por fin al Cuartel General alemán, el gobernador Von Choltitz cree que la División Leclerc en pleno ha invadido la capital y se rinde sin condiciones a un cabo extremeño al que regalará su reloj de pulsera. Cien españoles han conquistado una capital de 6 millones de habitantes. Ni Hernán Cortés se atrevió a tanto.

 Ante los hechos consumados, el general Leclerc obtiene de sus superiores permiso para entrar en París con toda su división, lo que realiza la mañana siguiente. El día 26 el general De Gaulle, jefe del Gobierno Provisional francés, llega a París y recorre los Campos Elíseos a pie entre el Arco del Triunfo y la Plaza de la Concordia. Tras él, abriendo el desfile que tiene lugar a continuación, va Amado Granell en su destartalado jeep lleno de abolladuras e impactos, y detrás toda “La Nueve”, entre los gritos de entusiasmo de los parisinos. En la prensa de todo el mundo ha aparecido la foto de Granell y los jefes de la Resistencia parisina, bajo el lema “ Ils sont arrivés!”

 

 De Gaulle propuso a Granell ascenderlo a comandante si se nacionalizaba francés, pero este le contestó: “Mi General, yo quiero a España como a mi madre y a Francia como a mi novia. No me pida usted que reniegue de mi madre”. Así que seguiría de teniente por todo lo que le quedaba de guerra. De todos modos, Granell recibiría la Cruz de Guerra con Palma, cinco menciones y sería nombrado Caballero de la Legión de Honor.

  
Condecoraciones recibidas por Granell

 La División Leclerc siguió su avance hacia el este, en las campañas de Los Vosgos y Alsacia, en cuyos combates volvió a distinguirse Granell; pero cuando llegó por fin al Rhin y pisó tierra alemana, tuvo que ser evacuado y hospitalizado, aquejado de una intoxicación o envenenamiento que le retendría en retaguardia hasta la finalización del conflicto.

 “La Nueve”, ya sin Granell, alcanzaría su último objetivo conquistando “El Nido del Águila” de Berchtesgaden, residencia veraniega de Hitler en los Alpes. El centenar de españoles que integraban al principio esta unidad, y los que se fueron incorporando para cubrir bajas, sufrieron 35 muertos y 97 heridos, quedando solo 16 supervivientes en activo al final de la guerra.

 Pero la odisea de Granell no acaba aquí. Recién terminada la guerra, los aliados se plantean invadir España y desalojar a Franco del poder. Granell, con la tapadera de viajante de comercio, cruza España clandestinamente en repetidas ocasiones, poniendo en contacto a los líderes socialistas Largo Caballero e Indalecio Prieto, exiliados en Francia, con los monárquicos de D. Juan de Borbón y Gil Robles, exiliados en Portugal. Se trata de organizar un gobierno provisional con D. Juan como Rey Constitucional y Miguel Maura como primer ministro. A Granell se le ofreció el cargo de Ministro de Defensa.




 Hoja de servicios de Amado Granell 
cedidas al autor por su viuda

 Pero Don Juan prefiere asegurar la monarquía al precio de consolidar la dictadura franquista, y se entrevista con Franco en el yate Azor el 25 de agosto de 1948, pactando la sucesión en la figura de su hijo Juan Carlos. Franco, a su vez, pacta con los americanos la instalación de bases militares. Y las esperanzas de los demócratas españoles se ven frustradas definitivamente, hasta la muerte del Dictador.

 Granell, desilusionado, decide regresar a España y se instala en Barcelona con su compañera Lina. Se dedican al comercio de electrodomésticos y aparatos y piezas de radio. Viven después en Madrid y en Valencia, y acaban instalándose definitivamente en Alicante en 1969, donde montan una tienda de electrodomésticos en la Avenida del Poeta Zorrilla.

Yo me casé en 1970 y compré los electrodomésticos de mi nuevo hogar en una tienda cercana, sin saber que aquel señor circunspecto y amable que me atendió era el héroe de París. Lo que son las cosas.

 El 12 de mayo de 1972, Amado Granell murió cerca de Sueca en un oscuro accidente de tráfico, mientras se dirigía de Alicante a Valencia para formalizar en el consulado francés unos documentos referentes a su pensión. En su tumba del cementerio de Sueca hay una lápida pagada por el Gobierno de Francia, donde figura una palma de plata y las iniciales L. H. (Legión de Honor). Por solo tres años no pudo ver el regreso de la Democracia por la que tanto había luchado. Quiero agradecer a Marcelina Gaubeca (Lina), compañera del héroe y vecina de Alicante, la aportación de toda la documentación y fotografías que figuran en este artículo.

Y quisiera que este trabajo sirviese como solicitud ante nuestro amigo y compañero de Alicante Vivo, Alfredo Campello, integrante de la Comisión que ha de revisar el callejero de nuestra ciudad, para que se le otorgue a nuestro convecino Amado Granell la calle que sin duda merece. Porque los alicantinos haríamos muy bien en sentirnos orgullosos de su memoria.

MIGUEL ÁNGEL PÉREZ OCA
publicado en su blog (VER)


Además:


16 agosto 2013

ENTREVISTA A UNA TABARQUINA CENTENARIA


En la página 1 del Diario de Alicante del día 26 de septiembre de 1927, se recoge, a cuatro columnas, la entrevista que Emilio Costa Tomás, director de dicho periódico, le realizara a la centenaria tabarquina Josefa Chacopino Ruso para el Diario La Voz de Madrid, en el que aparecería publicado tres días antes, en su página 3, incluyendo una fotografía que el medio alicantino no reprodujo. La entrevista no puede ser más reveladora de lo que significaba un siglo de existencia en Nueva Tabarca, siendo llevada magistralmente por Emilio Costa que, desde el principio, supo implicar a la anciana tabarquina que, por otra parte, siempre se mostró muy locuaz.

Diario de Alicante, 26 de septiembre de 1927,
entrevista en página 1
(Archivo Municipal de Alicante)
Emilio Costa Tomás fue un periodista y político alicantino, que dirigió sucesivamente el Diario de Alicante, el Diario de Levante y El Día, aunque colaboraría en bastantes más medios, tanto alicantinos como nacionales.

Licenciado en Derecho y de ideas liberales, se encontró con que su ideología, con cierta implantación histórica en el mundo intelectual alicantino, si bien en esos momentos no existía un partido republicano que aglutinase a todas las tendencias de este signo, contó con el apoyo de una prensa pagada y mantenida por pequeños comerciantes y profesionales. En esta coyuntura, llegó a la dirección del Diario de Alicante, fundado en 1907. Expulsado de éste, antes de que en 1934 lo comprara el torrevejense Joaquín Chapaprieta, antiguo Ministro de Trabajo de la monarquía y Ministro de Hacienda y Jefe de Gobierno en 1935, Emilio Costa pasó a ser director de Diario de Levante. Pero, al estallar la Guerra Civil, la prensa conservadora desapareció rápidamente, como consecuencia del proceso revolucionario iniciado por los políticos y los sindicatos obreros más extremistas. Sólo El Día y Diario de Alicante consiguieron publicar algunos números después de julio de 1936, pero con importantes modificaciones. Fue entonces cuando El Día pasó a ser dirigido por Emilio Costa, que mantuvo el diario con grandes dificultades, hasta que en enero de 1937 su imprenta fue incautada por el Sindicato de Artes Gráficas de la UGT de Alicante.

Asiduo visitante de la isla de Tabarca, no en vano fue, junto a Antonio Sanchís y Gabriel Miró, uno de los responsables de que el poeta Salvador Rueda la pisara por primera vez. Los propios colegas de Emilio Costa le definían como «un periodista a la moderna, de alto empaque y aptitudes felicísimas». Llegaría a ser vicepresidente de la Asociación de la Prensa de Alicante. También pertenecía a la Logia Numancia de la masonería alicantina, con el nombre simbólico de «Tolstoi».

Emilio Costa Tomás, director del Diario de Alicante

La noticia del fallecimiento de Emilio Costa la encontramos en el número 417 de Avance, órgano oficial de la Federación Provincial Socialista, correspondiente al 29 de marzo de 1939, es decir, curiosamente horas antes de que las tropas italianas del general Gambara ocuparan nuestra ciudad. La reseña, procedente de Orán, daba cuenta de la muerte, en el campo de concentración de Tenes, del «decano de los periodistas de Alicante, hombre liberal que reaccionó siempre contra el oscurantismo y la intransigencia de las derechas españolas. Desde cuantos periódicos fundó y dirigió, siempre combatió por la libertad y la democracia. Amaba a España con el alma encendida de anhelo y se agrupó al lado de las tendencias más suaves del republicanismo. Últimamente su actividad periodística era nula o casi nula. Su trabajo en el comité provincial de Unión Republicana, en el que era secretario de propaganda, absorbía sus esfuerzos y atenciones. Cuando un hombre como Emilio Costa se ve precisado a la aventura de la emigración más cruel que vieron y conocieron los tiempos, cuando un hombre en las puertas de la ancianidad se ve obligado a ponerse a salvo, cuando un hombre honrado que ni mata ni manda matar, que ni roba ni manda robar y que hace todo el bien posible, es que las cosas no andan por lo derecho».

* * *

Veamos cómo se desarrolló la entrevista a la matriarca tabarquina, con alguna que otra corrección de mi cosecha, y probemos los sabores y los sinsabores de tan singular y ardua existencia que, paradójicamente, no era infrecuente que conllevara longevidad:


Los cristianos genoveses de una minúscula isla cercana a la costa argelina, sufrieron cautiverio bajo el Rey de Túnez. Nuestro señor Rey Carlos III los rescató, y el día 8 de diciembre de 1768, unos, y el día 19 de marzo del año siguiente, otros, vinieron a Alicante.

Frente a esta capital, a unas diez millas, sirviendo de refugio a piratas y contrabandistas, existía la isla de San Pablo, roquedal abandonado, y a colonizarla fueron destinados estos cautivos, que injertaron en la genealogía alicantina los exóticos apellidos italianos, hoy tan vulgares aquí, de los Parodi, Leonís, Perfumo, Carrosino, Burguero, Capriata, Ruso, Luchoro, Pitaluga, Chacopino...

Una Chacopino es la ancianita que visitamos hoy, para llevar a las páginas de La Voz la historia de sus cien años vividos... sobre el nivel del mar, en esta isleta mediterránea abierta a todos los vientos, borracha de sol.

No está muy cierta de su edad.
—En llegar el 16 de noviembre —dice—, cumpliré cien años... o ciento dos. Pero es igual: quien cumple ciento bien puede cumplir ciento dos o más, ¿no?

Viéndola, no se puede dudar. Puede cumplir ciento dos y ciento veinte.

Josefa Chacopino Ruso (Archivo Pascual Orts)

Los años taracearon su rostro, cubriéndolo de una una finísima blonda de arruguitas imperceptibles. Viste de negro limpiamente, y lleva su cabeza destocada siempre, recibuendo el beso del aura del mar. Morena, enjuta, sus brazos asoman por las mangas como dos leños quebradizos, nudosos, que terminan en unas manos sarmentosas. La boca sumida (que se cierra en un rictus sonriente), los pómulos lustrosos y los inquisitivos ojos que sobre ellos se asoman vivaces, escudriñadores, son los rasgos que destacan en el simpático rostro de esta Josefina Chacopino Ruso, que tiene para nosotros un acogimiento cordialísimo, y más efusivo aún cuando sabe la misión que a ella nos acerca.
—¿Y para eso vienen de Alicante? ¡Son los demonios! Doce millas... ¿Habrán venido en una barca de las que se estilan ahora, con máquina y todo... ¡Calcule! Lo vimos todo el pueblo asombrado, asomado a esas murallas. Era cosa fea junto a nuestros veleros y las barcas pesqueras que corren tanto; era un barco con unas ruedas que hacían mucho ruido y que nos daba miedo. Luego ya hicieron unos vapores más bonitos. Pero aquél... ¡Yo hice viajes en diligencia y conocí el ferrocarril!... Ahora he conocido el aeroplano, y después de ver los submarinos de la guerra ya no me asusta nada.
—¡Ya tendrá usted que contar!
—Cuento poco. ¿Para qué? No habría mucho bueno que contar.

Se obstina en hablarnos en castellano, para mostrarnos su instrucción superior a la del resto de los isleños, y nos cuesta trabajo hacerle mantener el diálogo en su lengua dialectal, tan graciosa en giros y en tropos.
—¿Fue usted casada?
—Casada fui. Sólo hace que enviudé veintiocho años. Mi marido iba también para viejo...; pero no tuvo paciencia para esperar como yo. Mis antepasados no murieron jóvenes tampoco; mi padre murió a los ochenta y tres, y mi madre a los setenta y seis. De mi abuelo sólo puedo decirle que fue de los que de Argel trajo rescatados el Rey Carlos III...; pero también creo que murió de viejo. Es que lo llevamos en la sangre. Ya ve usted cómo estoy de bien; jamás estuve enferma, ni sé lo que es un dolor. Tuve seis hermanos y ninguno murió joven.
—¿Qué familia le queda actualmente?
—¡Huy!...

La vieja, sin dejar de sonreír, medita un poco y va haciendo la cuenta bisbiseando nombres de hijos, de nietos, de bisnietos. Al fin, dice:
—De mis siete hijos faltan ya algunos, por desgracia; pero todos dejaron simiente. Mire usted: uno dejó quince hijos, de los que sólo quedan ocho; otro, de siete que tuvo le viven dos; otro, aún tiene seis, de nueve que trajo al mundo; y otra, que tuvo cinco, no tiene ya más que tres. Total: tuve treinta y seis nietos, y sólo me quedan diecinueve. Pero la semilla sigue germinando... De esos nietos han salido treinta y un bisnietos..., alguno de los cuales ya está para casar y podrá seguir dando al mundo Chacopinos, raza que, por lo visto, no se debe perder. Me gustaría conocer a los hijos de esos bisnietos... —Y lo dice sonriendo, guiñando socarronamente sus vivaces ojillos—.

La entrevista en la página 3 de La Voz de Madrid
del 23 de septiembre de 1927
(Biblioteca Nacional de España)
Perteneció, mejor diré, pertenece esta venerada mujer, a una de las más avispadas familias de la isla. Se ignora a qué suerte de negocios se dedicara el creador. Pero ya el padre de Josefa supo hacer un capitalito, dedicando sus actividades a toda suerte del comercio a que eran propicios aquellos años azarosos: pescar, contrabando..., negocios limpios cuando se podía, o negocios arriesgados cuando lo exigía la ocasión, en el inhóspito peñascal que ahora se denomina isla de Tabarca.

Cuando nació Josefa Chacopino, su familia ocupaba entre los isleños rango principal, y fue educada con el esmero que permitían los escasos medios de instrucción que se tenían a mano. Aprendió a leer, cosa verdaderamente fenomenal en aquellos años y, sobre todo, en aquel ambiente.

Era la niña mimada que, a la entereza y sagacidad de sus antepasados, había unido la instrucción de que ellos carecieron: sabía leer y sabía contar..., que era más importante que nada para la lucha por la vida en aquel medio.

Su niñez desenvolviose asistiendo a los más terribles sucesos que tuvieron lugar en la riente costa alicantina, y que ahora relata con prolijidad de detalles. Es inútil preguntarle en qué año tuvo lugar tal hecho u ocurrió tal episodio: ha olvidado fechas; pero sabe computar el tiempo relacionándolo con los años de su vida.
—Allá por el año del hambre...
—¿Qué año fue ése, abuela?
—¡Ah! No sé; tenía yo doce o catorce. Antes hubo otro año de hambre del que hablaba con terror mi padre; pero éste que yo viví fue tremendo. Lo pasamos muy mal, muy mal. No llovió durante siete años y los campos no daban ya nada; se acabó la paja, y los animales caían muertos en los caminos, y como no había harina tampoco, lo pasamos casi tan mal como los animales; comíamos lo que podíamos y cuando podíamos..., que no era todos los días. La miseria era terrible en toda España. ¡Calcule usted lo que sería la vida en esta isla, abandonados de todos porque el Gobierno no estaba para preocuparse de nosotros, ya que tenía que pensar en tantas otras cosas! Es aquél el recuerdo más amargo que guardo de mi vida, tan llena de amargos recuerdos.

Gusta la viejecita de la vanidad y, cuando le requerimos para que prosiga la evocación de aquellos días aciagos que ahora ve tan lejanos con deleite, sonríe, y dice:
—Antes (tendría diez años o quizás menos), hubo otro suceso en la isla, que la sembró de terror. Lo recuerdo muy vagamente. Hubo fusilamientos aquí, y mis padres me obligaron a esconderme en las cuevas abovedadas de la isla... Creo que los fusilados eran curas y militares que no querían a Isabel II. No haga caso de las fechas. ¡Esta memoria! Pero los hechos los recuerdo bien. Mire usted: un día se presentó una niebla que cubrió mar y tierra; no se veía Alicante; el cabo de Santa Pola se lo tragó la nube..., las barcas no podían volver y en la isla la inquietud era enorme... Pues aquella niebla nos trajo el cólera, una terrible cólera que causó tal mortandad que no se recuerda otra; la primera noche murieron once... Y entonces, calcule usted cuál sería la población de Tabarca. Aquello fue terrible. Y también nos tuvieron abandonados, como siempre.

—Una madrugada desembarcaron tropas con gran escándalo de trompetas. Todos corrimos a las murallas, a ver el espectáculo nuevo. ¿A qué venían? ¿Quiénes eran? Como siempre, lo primero que hicieron fue pedir dinero y alojamiento. Hubo quien se resistió, y vino lo irreparable: en la plaza fue «escopeteado» don Vicente Pérez; en las calles cayeron muertos trece más. Mi padre reunió en casa a la plana mayor de los intrusos y a los prohombres de la isla. Yo era una chiquilla, a la que todo el pueblo por sus travesuras y su listeza. Los invasores necesitaban dinero, pedían dinero, y lo pedían a mi padre, que era el guardador de los fondos de los pescadores, que se escondían en unos sótanos, bajo tres llaves. Discutiose largo rato y, cuando llegó la hora de comer, mientras yantaban aquellos forajidos, se me echaban a mí las llaves por una ventana, y en pocos minutos dejaba yo vacío el arcón en donde la soldadesca esperaba hallar el caudal de la isla. Y recuerdo (no se me ha de olvidar jamás) que el soldado que vigilaba la casa cuando yo realizaba la arriesgada maniobra, cantaba confiado:

El que se casa se harta,
el que se muere lo entierran,
y el que sin cabeza nace
no necesita montera.

Y todo por la política, Señor, todo por la política.

—¡Pues y el bombardeo de Alicante visto desde aquí!... Fue una gran fiesta para los que no sabíamos de navíos de guerra y de combates y de cañones.
A Antoñete Gálvez le llamábamos la jeringa de Alicante, porque fue quien jeringó a la ciudad. También aquellos días fueron tremendos.
Yo había ido a la capital a comprar géneros para mi comercio. Y hallándome en las cuatro esquinas de la calle Mayor, en una tienda que se llamaba del Mestre Capella, me avisaron de que iba a cerrarse el puerto por venir de Cartagena los cantonales.
Había que volver a la isla antes de que nos cogiera allí el bombardeo con que nos amenazaban los sublevados. No había tiempo que perder; pero era imposible hallar una barca: ninguna se arriesgaba a salir sabiendo que estaba fuera acechando el peligro, esto es, la jeringa. Lo que yo corrí y sufrí, hasta lograr que una barca de Guardamar se arriesgara a salir para llevarme a Tabarca, no se lo puede imaginar usted. Y luego el placer de burlar el peligro, atravesando la línea de los buques sublevados, y llegar vencedora aquí y presenciar las maniobras y oír, ya en casa, el zumbido de los cañones.

—También podría contarle de los fusilamientos ordenados por Roncali en Alicante y sus derivaciones en la isla, y la barbarie de un gobernador que se llamaba Irriberri, que se llevó de Tabarca hasta las puertas y las campanas; pero ¿para qué?... La política, siempre la política. De aquellos recuerdos infantiles, guardo otros que ahora no me hacen reír, pero que entonces me hacían llorar de terror...

Se queda extática unos instantes, y exclama:
—¡Qué tontos, señor, qué tontos! Y todo ¿para qué? ¡Qué tontos!... Venían unos hoy, y ponían en esa plaza el letrero; mañana venían otros y lo rompían. Y unos y otros saltaban, gritaban, y al final siempre lo pagábamos nosotros: nos dejaban sin nada, porque todos eran iguales, los que ponían el letrero de la Constitución y los que lo quitaban eran iguales; todos hacían aquello entusiasmados y, como tenían de que mostrar su alegría del algún modo, rompían lo que hallaban a mano y nos hacían pagar el alboroque a los pobres tabarquinos, que no nos metíamos en nada. ¡Ya ve usted! Todo ¿para qué? ¡Qué tontos!

La viejecita sonríe mirando al azul intensísimo de este cielo levantino, que es gloria de la amplia plaza bañada por el sol de agosto, en la que zumban las moscas, y los chicuelos, en perneta, labran barquichelas de juguete.
—Desde entonces, y de antes de entonces, podría contarle muchas cosas que vieron estos ojos, que aún no necesitaron cristales.

En efecto: Josefa Chacopino, atildada, limpia, lee y cose como en sus años mozos, sin necesidad de lentes ni auxilio de nadie para enhebrar la aguja, operación que realiza con destreza insospechada.

—¿Y después, cuando las elecciones? ¡Dios mío! Ahora no se estilan las elecciones, ¿verdad? Aquí venían de un bando y de otro, se comían sus buenas paellas de arrós a banda, se iban y... nada más. La isla seguía abandonada. Quizá dieron algo para nosotros, pero casi siempre se quedaba, se perdía en el camino. A la isla no venían a vernos hasta que les hacía falta de nuevo nuestros votos; reñían ellos, y lo pagábamos nosotros, como en la época de los letreros de la Constitución.
Asómese a la puerta; mire las casas cómo se caen de viejas...; pues yo he visto Tabarca nuevecita, como recién hecha. Presidio fue alguna vez, y como presidio nuestro es aún. Aquí hay día que no se puede comer; en haber temporal y no salir los hombres a la mar, no hay quien pruebe bocado; carecemos de agua, no hay médico, el cementerio está en ruinas. Los barcos no tienen una cala en qué refugiarse en los días de mal tiempo.

Fotografía de Josefa Chacopino,
incluida con la entrevista en La Voz de Madrid

La viejuca habla y habla del abandono en que se tiene su isla, la bella isla en que don Fernando Méndez trazara, por encargo del Rey, el lindísimo pueblecillo, que ahora se cae roído por los años que no destruyeron el temple de esta mujer, toda energía aún, limpia y parlera, que siempre que se le interroga inicia una cortesía, intentando levantarse de la silla en que reposa. Vio a Tabarca nueva, con las casas blancas, como gaviotas al sol en mitad del Mediterráneo, y ahora las casas parecen mirarla a ella, desorbitadas, cuarteantes, sin ventanas, como admiradas de que sepa resistir todos los vendavales de la isla.
—Aún la volveremos a ver dentro de veinte años.
—No, ya está bien. He vivido bien hasta hoy y no quiero tener mal fin. Ya le digo, no estuve enferma nunca ni supe lo que era un dolor. Y he trajinado mucho, no crea. A Alicante iba todas las semanas a comprar géneros para mi comercio, y había que atravesar el mar, estuviera tranquilo o alborotado. Y me ha gustado divertirme bien; cuando era niña fui gran bailadora y supe tocar la guitarra; decían que lo hacía muy bien. Luego mis negocios me hicieron viajar por fuera de Alicante también. ¡Sesenta y tres años de comercio!
—¿Y no traficó en contrabando nunca?
—Hombre, le diré... Mis mejores duros los gané enrollándome a tiempo en la cintura telas de precio, que luego vendía burlando la vigilancia de los carabineros..., que eran muy buenos amigos míos. En mi época no «se estilaba» el contrabando del tabaco; telas, pañuelos de seda y perfumería era lo principal.
—¿Fue usted muy solicitada por los jóvenes de su tiempo?
—No está bien que yo lo diga... Me casé dos veces...
—¡...!
—¡Ah, se me olvidó decírselo; me casé dos veces! La primera, a los veinticuatro años, enviudando dos años después. A los veintinueve volví a casarme. Y fui muy feliz; mi marido era bueno y trabajador.
—¿Cómo se las ha arreglado para vivir tanto y tan bien, con lo que ha trabajado? ¿Qué régimen ha llevado?
—No sé qué es eso. He vivido bien, sin privarme de nada. Bebí vino escasamente en las comidas; el café no puede faltarme. Ahora lo que acaba conmigo es la falta de apetito. Apenas sí como. ¡Si yo comiera!... Mire usted, ahora me vuelve a salir el cabello negro. No se ría; no; mírelo...

Y, efectivamente, el escaso cabello blanco de sus sienes, que tiene destellos de oro viejo, se torna negro en el resto del cráneo.
—Es la juventud que vuelve, abuela.
—¡Ca! Esa no vuelve jamás. ¡Si lo sabré yo!
—Dentro de veinte años volveré a visitarla, y... ¡le traeré un novio!
—¿Para qué ese trabajo? ¿No es usted soltero? Pues...

Y ríe la viejecita con toda su alma, mostrando el único diente que aún conserva, y que asoma a su boca sumida entre mil arruguitas imperceptibles que envuelven su rostro en una tela de araña maravillosa.

* * *

Diario El Luchador, 8 de febrero de 1929, página 1
(Biblioteca Nacional de España)

No pudieron ser veinte años, pero bien pudieron ser dos, pues Josefa Chacopino fallecería el 30 de enero de 1929 y, a la vista de lo que apareció en prensa, ya que no dejó nunca de ser noticia, bien puede decirse que no cambiaron un ápice las excelencias que la naturaleza le brindó. Así, en primera página del Diario El Luchador del 8 de febrero de 1929, con el titular «En Tabarca. Ha muerto una centenaria», aparecía la luctuosa noticia, no sin algo de inventiva por parte del que la escribiera:

El miércoles pasado, falleció en la Isla de Tabarca, la centenaria Josefa Chacopino, que hasta los últimos días de su vida conservó la lucidez de su inteligencia.
Era nieta de uno de los primitivos pobladores de la isla; de aquellos italianos que el rey Carlos III, durante su reinado en Nápoles conoció y luego, al ceñir la corona de España, trajo aquí para combatir a la piratería argelina.
Josefa Chacopino ha sido interviuvada y fotografiada varias veces.
A la familia expresamos nuestro pésame.


Diario ABC, 9 de febrero de 1929, página 36
(Hemeroteca del Diario ABC)
Diario La Voz de Madrid, 10 de febrero de 1929, página 10
(Biblioteca Nacional de España)

Incluso hicieron eco del suceso rotativos madrileños como el ABC de 9 de febrero, en su página 36, que cifraba la edad de la finada en ciento un años, y añadía que dejaba cuatro hijos, veinte nietos y veintiocho bisnietos; o La Voz de Madrid de 10 de febrero, página 10, que le asignaba la edad de ciento cuatro años.

Pero su historia no quedó ahí. Dentro del probablemente más que notable patrimonio que doña Josefa dejara en herencia a su nutrida descendencia, se incluía uno de los edificios más emblemáticos de Nueva Tabarca: nada menos que la Casa del Gobernador. Herencia que disfrutarían, por ser un tanto eufemístico, ya que llegó a caer en el más completo abandono, hasta 1977 cuando, a la vista de tal circunstancia, el Ministerio de Cultura, tras dirigirse infructuosamente a los propietarios a través de la Dirección General de Patrimonio Artístico, Archivos y Museos, solicitando proyecto de rehabilitación, declara de utilidad pública, a efectos de expropiación forzosa, la adquisición del inmueble, tal como se puede corroborar en el Boletín Oficial del Estado n.º 29, del 3 de marzo de 1978, página 2731, según Real Decreto 3552, de 9 de diciembre de 1977.

BOE n.º 29, del 3 de marzo de 1978, página 2731
(Biblioteca Nacional de España)

(Artículo publicado en el blog "La Foguera de Tabarca")

01 agosto 2013

PIONERAS DE LA FIESTA


Nos vamos a asomar a las páginas de una revista que, pese a su fugaz existencia, tuvo tiempo de acercarse tanto a Nueva Tabarca, lo que ya pudimos ver en este artículo, como a nuestra Fiesta de Fogueres, plasmando en este segundo caso los primeros pasos de las mujeres como participantes activas, tanto desde el punto de vista de las primeras representantes del fuego, como de la pionera comisión constituida sólo por «foguereras».

Se trata de la Revista Estampa, con un artículo titulado «Las muchachas alicantinas y Les Fogueres de San Chuan», que fue portada y primer reportaje del ejemplar del 25 de junio de 1932 (año 5, n.º 233, p.p. 3-8), redactado por Luis González de Linares, con fotos de Erik. El ejemplar consultado se encuentra en la colección de la Biblioteca Nacional de España.

Portada de Estampa, año 5, n.º 233, de 25 de junio de 1932
(Biblioteca Nacional de España)

La Revista Estampa

La Revista Estampa fue una publicación semanal ilustrada de reportajes sobre crónicas de actualidad nacional e internacional, un proyecto editorial del ingeniero madrileño Luis Montiel de Balanzat, entusiasta de la técnica, las máquinas y el progreso que, iniciado en el mundo de las artes gráficas, adquirió los talleres de Sucesores de Rivadeneyra, instalaciones que le permitieron imprimir incluso publicaciones oficiales.

El primer número salió a la luz el 3 de enero de 1928 y, desde un principio, cumplió con las pretensiones que respondían a su subtítulo «Revista Gráfica y Literaria de la Actualidad Española y Mundial», con reproducciones gráficas de calidad excelente. Montiel colaboró mediante concierto con Antonio García de Linares, el cual dirigió la revista solamente un par de meses, pero consiguiendo en este breve espacio de tiempo una tirada de cien mil ejemplares. A partir del número 10, el mismo Montiel se hizo cargo de la dirección de la revista, dejando la función de jefe de redacción al periodista Vicente Sánchez Ocaña. Transcurrido un año, se llegaron a los doscientos mil ejemplares, lo que igualaba a fuertes competidoras de la época como eran las revistas Blanco y Negro y Nuevo Mundo.

El criterio editorial que guió Estampa fue el de llegar al gran público, con la intención declarada de ser la revista de todos y para todos, centrada en las informaciones gráficas sobre acontecimientos curiosos, pintorescos o exóticos, en noticias sobre gente famosa y en abundantes reportajes sobre la cotidianidad, con la cual se identificaron los lectores. Hubo gran cantidad de colaboradores gráficos, generalmente fotógrafos que tenían galería abierta en alguna ciudad mínimamente importante, y que enviaban imágenes sueltas que daban cuenta de los acontecimientos provincianos de cierta relevancia social, y que se presentaban como notas gráficas en una especie de álbum visual. Pero fue la fotografía de reportaje la que tuvo mayor presencia en la revista y mayor peso en el tratamiento editorial. El último número salió en la luz en el año 1938 y, finalizado el conflicto bélico, no obtuvo el permiso necesario para volver a editarse.

Si hay que resaltar una característica diferenciadora de Estampa, fue el que acogiera la obra de fotógrafos profesionales que entendían la fotografía como comunicación y como información, como el medio para transmitir el mundo en que vivían, mostrándolo desde nuevos ángulos y puntos de vista. La obra de los Zapata, Badosa, Benítez Casaux, Contreras y Vilaseca, Erik, Gonshani, Marina, Oplés, Almazán, etc., son una parte importante de nuestro patrimonio fotográfico, y representan uno de los periodos más prolíficos de la fotografía española. Su trabajo, unido al de autores ya conocidos y reconocidos en su época, como Alfonso, Centelles, G. de Linares, Campúa, Llopis o Díez Casariego, conformaron la iconografía de esos años de nuestra historia.


Luis González de Linares
(Madrid, 1904 - El Escorial, 1997)


Escritor y periodista español, que siempre firmó como «Luis G. de Linares». Comenzó su carrera periodística en 1929 en la Revista Estampa, en la que estuvo hasta 1934, siendo también en ese período redactor del Diario Ahora desde su creación. Se convirtió en redactor jefe de Crónica, y en 1935 fue nombrado director de Mundo Gráfico. Participó en la creación del Diario Madrid ocupando el cargo de redactor-jefe.

Se trasladó a París en 1945 como corresponsal de dicho diario y otros periódicos, hasta 1955 que fue nombrado agregado de prensa de la Embajada de España en París, y se convirtió en Consejero de Información y Turismo de la embajada, cuando era titular de ella José María de Areilza, desde 1960 hasta 1964, año en el que regresó a España.

Por sugerencia del escritor José Montero Alonso, fue nombrado en 1964 director del Diario Madrid. Poco después pasó a ser director de la Revista Semana, y en 1967 contribuyó a la creación del Diario Deportivo As, convirtiéndose en su primer director, e impulsando cuatro años después la publicación de As Color, con nuevas técnicas de presentación, manteniendo la dirección de las tres publicaciones. Además, desde 1968 hasta 1979 dirigió la Agencia de Reportajes Internacionales.

Se retiró en junio de 1992, pero mantuvo su columna en la Revista Semana titulada «Tiempo Presente», hasta su fallecimiento. Discípulo de Ortega y Gasset, pertenecía a la Asociación de la Prensa de Madrid desde 1931.


Erik, fotógrafo

Ninguna fuente bibliográfica consultada esclarece el nombre del profesional de la fotografía que se esconde detrás de la firma «Erik», pero sí que fue un colaborador clave de la Revista Estampa entre los años 1932 y 1934, hasta el punto de que la aparición del primer reportaje de Erik significó el principio del cambio de la fotografía en este medio. Fue un trabajo publicado en el ejemplar del 14 de mayo de 1932, sobre los pasos a nivel, un tema banal si se quiere, pero tratado del tal manera que llama poderosamente la atención. Las composiciones en diagonal, el contrapicado del guardaagujas, captado a contraluz, las composiciones geométricas y los puntos de vista subjetivos, hicieron que este reportaje de ocho imágenes iniciara un nuevo estilo en la revista:


Erik realizó multitud de trabajos para Estampa, todos ellos bien planificados y de impecable ejecución, destacando «Las playas de Madrid», «Rabasaires», «El cura rural» y, sobre todo, «Lepra en España», dedicado al Sanatorio de Fontilles. Pero Erik también aportó otros recursos expresivos, como la sobreimpresión y el fotomontaje.

* * *

Veamos ahora el artículo íntegro sobre las pioneras de Les Fogueres, con las fotografías extraídas tal y como fueron publicadas en el original, y con alguna que otra corrección de bulto de mi cosecha, como el apellido de la primera Bellea del Foc, que en el texto es Quesada, en vez del correcto Quereda, y repetidos equívocos entre plantà y cremà. Ya en la portada, delimita en parte, a pie de foto y título, su contenido, si bien se extiende a más facetas de la Fiesta, en un momento de fuerte desarrollo de ésta, transmitiendo a la vez fielmente el sabor de la sociedad alicantina de aquel 1932:

Este año se ha constituido por primera vez en Alicante una comisión femenina para la construcción de una foguera. Las sesiones de la misma han sido de lo más agitadas y pintorescas, como puede advertirse en la fotografía que reproduce esta portada. Si desea usted conocer a la Bellea del Foc y a sus ocho Doncellas de Honor, si quiere usted saber cómo se preparan les fogueres para la plantá y otros curiosos aspectos de la bella fiesta alicantina, lea la información que [resto ilegible por la marca de agua ©Biblioteca Nacional de España].


En la mar mansa i lluentosa,
que abaniquen les palmeres
i a la llum de les fogueres,
qu'es la festa mes hermosa,
i en un singular encant
diu el vent: ¡Viva Alacant!...
(De la canción popular Les Fogueres de San Chuan)


La foguera sobre el mar

Cuando llegué a Alicante atardecía. Subí a la habitación del hotel. La doncella abrió el balcón, quitó la persiana de madera, y pude ver cómo la fachada del edificio parecía apoyarse sobre las palmeras del paseo para asomarse al mar.

Dos petardos estallaron consecutivamente. La muchacha creyó adivinarme un sobresalto.
—Son inofensivos, señor. Los chicos se entrenan para la noche de San Juan, cuando la cremá. Pero entonces son morterets los que hacen explotar, y no estas miserias.

Amparito Quereda, Bellea del Foc, y la más gentil representación
de la hermosura y la gracia de la mujer alicantina

Me quedé solo en la habitación. Un velero apareció en el marco de la ventana, y vi, durante largo rato, cómo el sol incendiaba la cima de sus velas. Ardía sobre el mar azul oscuro como una foguera de San Chuan.


Expectación

—Los estudiantes dicen que van a quemar la foguera de Quiroga en el taller.
—¿Y por qué, ché?
—A su juicio, les han colocado demasiadas calabazas. Están ofendidos.
—¿Habéis visto les fogueres de Gastón Castelló?
—¡Cualquiera sabe dónde las hace! Los artistas las esconden hasta el día de la plantá.

En la terraza del Hotel Samper hay varias tertulias de políticos y artistas. Así es que desde mi cuarto escucho, a veces, las conversaciones. Pero ya no se discute Estatuto ni Reforma Agraria, ni huelgas: Fogueres, ninots, truenos...; todo Alicante, como un fabuloso huésped de las entrañas de la Tierra, se muere de deseos de restituirse al elemento fuego. La palabra cremá adquiere en sus bocas un sentido misterioso y se perfuma con aromas de rito milenario. Anoche, en el tranvía de Benalúa, presencié cómo dos muchachas amigas reñían y se separaban violentamente por si la foguera del barrio de una de ellas iba a ser más lucida que la del barrio de la otra.

Josefina Asensi, Doncella de Honor, es todo lo guapa que ustedes puedan figurarse...
y algo más. Asegura que las muchachas alicantinas están dispuestas
a amoldarse siempre a la voluntad del marido...

Y esta mañana, en el muelle, dos obreros de la C. N. T., que discutían acaloradamente el medio más rápido para llegar a la supresión del burgués, abandonaron bruscamente la sociología.
—¿Has visto los ninots de Olcina?
—¿Qué? ¿Buenos?
—¡Qué ninots, chiquet! ¡Qué ninots!


¡Noventa kilómetros de traca!

Como yo soy un profano en materia de fogueres, el alcalde me ha presentado al presidente y al secretario de la Comisión Gestora, señores José Ferrándiz Torremocha y Rafael Ferrándiz Navarro.
—¿No ha visto usted nunca una cremá? —me preguntan.
—No...
—¡Hombre, por Dios!

Y salimos a la calle en busca de información. Un chiquillo nos echa un petardo entre los pies. Mis acompañantes, ni se inmutan.
—El año pasado —me explican, cuando me tranquilizo de nuevo— hicieron explotar una carcasa frente a nuestra oficina y se partió la luna de la puerta y el cristal del reloj de pared. ¡Calcule usted la detonación!
—¡Diablos!
—Pero, eso sí: todos son buenos chicos y pagan lo que rompen. Además, nunca se ha dado el caso del más ligero accidente. ¡Y eso que se queman noventa mil metros de traca!...
—¿Noventa kilómetros de traca? ¡Oiga usted!...
—¿Qué no?... ¡Pues me quedo corto al calcular! Y, además de esa traca, hay los morterets y los masclets. Los primeros se disparan en un tubo de hierro, clavado perpendicularmente en el suelo; los segundos son unos gruesos petardos bien cargados de dinamita...

Angelita Pascual y Esperanza Andreu, Doncellas de Honor,
niegan enérgicamente las afirmaciones de Josefina Asensi sobre el matrimonio...

Esta conversación, como ustedes juzgarán, no es para tranquilizarle a uno. Estoy viendo morterets, masclets y truenos por todas partes. Voy a enfermar del corazón.

Al pasar frente al muelle, Rafael Ferrándiz me muestra unos bancos cobijados a la sombra de las palmeras.
—El año pasado vinieron en trenes y autobuses más de noventa mil forasteros a presenciar la cremá de fogueres la noche de San Juan. Esta cifra ha sido obtenida sumando el número de billetes de ferrocarril y de transportes por carretera que se expidieron en esos días. Pero hay que añadir los turistas que llegaron a Alicante en coches particulares, que fueron muchísimos. En esos bancos del paseo dormían y comían los forasteros que no pudieron ser admitidos en los hoteles y pensiones, abarrotados. Las calles estaban llenas de automóviles, que, en muchos casos, hacían las veces de pensión para sus propietarios. ¡En el bar La Marquesina vendieron en una mañana seis mil pesetas de vermut, a perra gorda el vaso!
—Y eso que hace muy pocos años que se celebra la noche de San Juan en esta forma —interrumpe el presidente de la Gestora—. Antes, existía la costumbre de quemar los trastos viejos a la puerta de la casa, y en el campo, monigotes de paja. El año pasado, sin ir más lejos, no se eligió la Bellea del Foc. Esta es la primera vez que se ha celebrado tal concurso de belleza.

...y para que no quede duda, lo ratifica gráficamente Esperanza Andreu

¿Una belleza ígnea?... Cumpliendo un agradable protocolo, rindamos pleitesía a esta muchacha, que representa la hermosura de las alicantinas y la alegría de sus fogueres.
—¿Quieren ustedes presentarme a la Bellea del Foc? —ruego a mis cicerones.


Amparito Quereda, Bellea del Foc

No se aproxima uno sin temor a la morada de una divinidad del fuego. Por fortuna, sople un levante fresquito, y en él pongo todas mis esperanzas.

Los padres de Amparito Quereda tienen un pequeño comercio en la planta baja de la casa que habitan. En el piso sorprendemos a la Bellea del Foc ayudando a su madre al trabajo de la casa, y la muchacha, consciente de su representación, huye velozmente hacia su cuarto gritando:
—¡Ustedes me perdonarán! ¡Cinco minutitos nada más, para vestir otro traje!

Es una casa alegre la de Amparito Quereda. El sol, al través de la persiana, se entretiene en decorar con dibujos de vanguardia las paredes de su alcoba. En la cabecera de su cama hay un retrato de Imperio Argentina.
—¡Le gusta tanto el cine! —me explica su madre.

Y mirando el grabado de la artista, añade:
—Locuras de chiquilla...

No han pasado cinco minutos y Amparito nos grita desde su cuarto que ya está arreglada.

Otra Doncella de Honor, tan bella como simpática: Mercedes Pastor

La Bellea del Foc es un poco como me la había imaginado. No tan peligrosa, en cuanto al fuego, pero infinitamente más en lo que se refiere a belleza. Es rubia, menudita y maravillosamente hecha; sus ojos son negros, y su boca carnosa y encendida. Puede uno estrecharle la mano sin temor a quemadura alguna, os lo aseguro. Para los solteros, existe el peligro inminente de matrimonio.

Además de guapa, Amparito Quereda es extraordinariamente simpática y locuaz. Aún se emociona cuando recuerda las peripecias del concurso de belleza y su triunfo.
—Nos presentamos doce candidatas, pero tres se retiraron. Tuvimos que desfilar varias veces ante el Jurado. ¡Yo tenía un miedo...!
—Un miedo que aún no se le ha pasado —ataja su madre—. Desde entonces está sobresaltada, inquieta, y no encuentra sus cabales.
—Pero la alegría que sentí al conocer mi elección fue aún más grande que la emoción del concurso. ¡Representar Alicante y presidir les fogueres! ¡Qué ilusión!

Esta muchacha encantadora se llama Felicidad Laliga,
y es también Doncella de Honor

Se calla súbitamente, pensativa. Su cara se ilumina de una alegría que pugna por desbordar.
—¡Además, voy a bailar!
—¿Le gusta?
—¡Muchísimo!... Pero no bailo nunca. El año pasado, durante los carnavales, porque tenía un novio que era aficionado. Pero desde entonces...
—¿Y ese novio?
—¡Ah..., no sé! He tenido tres; pero ninguno me gustaba mucho. Como soy muy joven, aún puedo esperar al que he de querer de verdad. Y si no viene, ¡peor para él!
—Eso es: que se fastidie.
—Pues claro... Además, quisiera marcharme a Buenos Aires, donde tengo un hermano.

Gloria y Mercedes Reyero, dos bellas Doncellas de Honor de la Bellea del Foc

Su madre le interrumpe vivamente:
—Eso son ilusiones, chiquilla... Y usted no le haga caso. Desde que oyó cantar tangos a Imperio Argentina se pasa el día fantaseando. Sin duda se figura que la gente se pasea por las calles de allí cantando: Un compadrito fue...
—Pues claro, mamá... Además, me gustaría trabajar en el cine. No sé si soy fotogénica o no lo soy, pero es tal la afición que siento, que, a lo mejor...
—¿Así es que piensa usted ser artista?

Amparito Quereda vuelve a la realidad bruscamente al escuchar esta pregunta. Ya no es la futura star ni la Bellea del Foc. Es la muchachita alicantina modesta, trabajadora, con todas las virtudes del Levante, que saben perfumarse con un poco de fantasía.

Y sencilla y pudorosamente contesta:
—¡Oh, no! Una mujer de su casa; nada más.


Las Doncellas de Honor

—Esta tarde —me ha avisado Guillén Salaya, gran animador del concurso para la elección de la Bellea del Foc—, las Doncellas de Honor se reunirán en la terraza del Hotel Samper.
—¿Las Doncellas de Honor? ¿Qué es eso?
—Son varias muchachas que se presentaron al comcurso y que por su belleza merecían figurar y presidir los festejos con la triunfadora. Cuando usted las vea comprenderá los apuros que pasamos el Jurado para tomar una determinación.

Las primeras que acuden a la cita son dos hermanas: Gloria y Mercedes Reyero. Altas, esbeltas, muy guapas... Una de ellas trabaja en una zapatería de lujo. Las dos me aseguran que no tienen novio. Pero ¿en qué están ustedes pensando, solteros alicantinos?

¡Un duro a la vista! Desde la presidenta hasta la última vocal
de la Comisión Femenina, todas se precipitan sobre el vecino generoso

Josefina Asensi es una morena deliciosa. Tiene diecisiete años. En cuanto a gustos y aficiones, escuchen ustedes su confesión:
—Soy muy deportiva —dice—. Es decir, adoro el deporte.

Sigue contándome cosas. Le gusta John Gilbert y Jeanette McDonald. Adora el cine y el teatro. Los hombres...
—Los hombres me gustan —explica— altos, morenos, con las espaldas así, la nariz así, los ojos negros y un bigotito así... ¿Me entiende usted?
—Sí, señorita; perfectamente.
—Además, mi novio ha de ser llenito.
—¡Cómo!
—Sí, llenito: ni muy gordo ni muy delgado. Y preferiría que fuera empleado del Estado, que es más seguro.
—Pues no exige usted nada, señorita.
—Pero le advierto a usted que yo me conformo con el que se presente. Las muchachas alicantinas somos así, muy razonables.
—¿Todas?
—Casi todas. Nos amoldamos siempre a la voluntad del marido. No somos celosas ni coquetas. Nos basta el más pequeño pretexto para conformarnos con todo. Ya ve usted si es cómodo vivir con mujercitas así.
—¡Ya lo creo! ¿Sabe usted que si digo esto en Madrid, todos los solteros castellanos van a invadir en masa el Levante?
—¿Ah, sí? ¡Pues dígalo usted! ¡Dígalo usted pronto!

Nadie se escapa, y nadie resiste a tan bellas postulantes

Angelita Pascual (que obtuvo dos votos en el concurso para la elección de la Bellea del Foc) es alta, morena y extraordinariamente bella. Con ella coinciden otras dos maravillosas criaturas: Mercedes Pastor y Esperanza Andreu.
—Me ha explicado una compañera de ustedes —les digo— cómo las muchachas alicantinas son unas perfectas casadas...
—¡Y tiene mucha razón nuestra compañera!
—... que con mujercitas así la vida transcurre sin disgustos ni sobresaltos. Que son cariñosas...
—Eso, ¡eso es!
—... que no son celosas; que se amoldan siempre a la voluntad del marido, que...
—¿Eh? ¿Quién ha dicho eso?
—Su compañera... Yo creía que era así..., ¿no?...
—¡Que no! ¡Que no!, y ¡¡que no!!

¡Compañeras! ¡Nuestra foguera ha de ser la mejor!

Las tres se han alborotado. Eso de amoldarse a la voluntad del marido y de no ser celosa parece que no forma parte de sus ilusiones conyugales.
—¿Entonces, señoritas...?
—Seremos celosas, si él nos da motivo para ello. Y en cuanto a la voluntad del marido, todo irá bien mientras coincida con la nuestra. ¡Pues no faltaba más!

¡Dios mío; yo que creí haber hallado un edén!...

El notable escultor Rafael Peral, trabajando en un busto
que luego será reproducido en cartón y figurará en una foguera

Hubiera pasado muchos días en la terraza del hotel, contemplando las bellas muchachas sobre un fondo mediterráneo de mar y palmeras.
—¿No van a venir más chicas? —pregunté a Guillén.
—Esta es la última —me contestó, presentándome a una rubia espléndida—. Se llama Felicidad Laliga.

Imagínese usted, lector, una cara de chiquilla tímida en un cuerpo perfecto de mujer. Imagínese un pelo dorado sobre una tez blanca y pura como la de una princesa de cuento...


En los talleres donde se hacen les fogueres

En un taller del paseo de Pablo Iglesias, varias fogueres se están montando en secreto. En ellas trabajan tres excelentes artistas: el escultor Rafael Peral, el dibujante Juan Such Roca y el pintor Fernando Guillot.

Un taller de fogueres es el lugar más curioso que existe. Tiene mucho de estudio de escenógrafo; pero las esculturas en barro, los modes de yeso y los monigotes de cartón —algunos verdaderas obras de arte—, le dan un carácter peculiar.
—Aquí nos tiene usted trabajando sin descanso —me dice Rafael Peral—. La plantá se aproxima y aún hay muchos ninots sin terminar... ¡Y luego, montarlo todo!

Las chicas de la Comisión Femenina no se limitan a recaudar.
Vedlas reparando y pintando unos trozos de ninots

Los monigotes (ninots) se hacen de una manera muy curiosa. El escultor modela en barro la figura; luego, se saca un molde de yeso de la misma, y, cuando está seca, obtienen una reproducción en cartón reblandecido con agua. Delante de mí, unos ayudantes me muestran cómo el grueso cartón empapado y maleable se va amoldando, bajo la presión de los dedos, a la matriz de yeso. Cuando el cartón está seco, lo separan del molde.
—Los trozos de figura así obtenidos —me explica Peral— quedan listos para montar. Para adherirlos se emplea cola, y si es necesario los parcheamos con hojas finas de cartón empapado de cola. Cuando el monigote está completa, hay que dejarlo secar bien, y luego se repasa, modelándolo de nuevo con los dedos mojados en agua de cola. Una vez afinado por este procedimiento, sólo queda pintarlo y vestirlo.
—¿Se tardará mucho tiempo en construir una foguera?
—Varios meses. Primero, la Comisión del barrio abre un concurso de proyectos, o bien se lo encarga a un artista conocido. Los temas suelen ser alegorías políticas o caricaturas. Aquí estamos haciendo: para la plaza de Gabriel Miró, L'ensomit de Llorenset; para Benalúa, Sobre el castell d'Alacant se crema tot lo sobrant; Nostre clima i nostres danses, para la calle de Quintana, y El torpedeamiento de España, que se emplazará en el Mercado.
—¿Cuánto puede costar una foguera?
—De mil a ocho mil pesetas. Estas valen unas seis mil.
—¿Y tardan en quemarse? 
    Media hora.

Esto no es un idilio. Es el artista acabando un personaje de su foguera

Para alegrar al vecindario

Una tarde, a la hora en que las muchachas salen de los talleres y oficinas, paseábamos José Ferrándiz y yo por la calle de Quiroga. El presidente de la Comisión Gestora iba explicándome el funcionamiento de las Comisiones de barrio.
—Se constituyen con los elementos que más entusiasmo muestran por las fogueres. Su labor no es cómoda: tienen que recorrer todas las casas, piso por piso, para obtener donativos y suscripciones. Estos festejos los costea exclusivamente el vecindario de Alicante. La Comisión se encarga de invertir los fondos recaudados en la foguera; además, el día de San Juan contrata una banda de música para que recorra todas las calles del barrio, y ajusta con un pirotécnico las tracas, masclets y morterets. A las seis y media de la mañana, la banda de música y el dulzainero despiertan a los vecinos. Detrás viene el pirotécnico quemando carcases y truenos, para dar alegría.
—Y unos sustos espantosos, ¿no?
—¿Sustos los truenos y las carcases? ¡Hombre, por Dios!...

Lo mismo cosen un vestido que montan un ninot. Vedlas en plena faena

La primera Comisión femenina

Ya soy un alicantino de pura cepa. Me echan una carcasa entre los pies, y ni la oigo. Me disparan un morteret en las mismas narices, y sonrío displicente.

Y así, seguro de no dar un espectáculo de forastero pusilánime, me paseo por las calles de la bella ciudad levantina, sin sospechar la existencia de nuevos peligros, hasta que un grupo de muchachas me rodeó, gritando:
—¡Para la foguera del barrio! ¡Para la foguera!
-¿Para la foguera del barrio? ¿Quiénes son ustedes? —pregunto, un tanto amoscado.
—Nuestra foguera es la de la calle de Quiroga. Nosotras somos —añade, con gran empaque, una linda postulante— la primera Comisión femenina de barrio que se ha formado en Alicante.
—¡Ah!...
—Sí —interrumpe otra—. Nuestro barrio es tan grande que no le bastaba una foguera. Así es que, además de la que hacen los hombres, nosotras instalamos la nuestra.
—Viva el feminismo, señoritas.
-¡Viva!... Y será la mejor de todas. La está haciendo Francisco Olcina, que fue quien nos dio la idea. Una noche, a eso de las nueve, me dijo: ¿Por qué no hacéis vosotras una «foguera»? A las nueve y media teníamos formada la Comisión, con su presidenta, secretaria, tesorera y contadora. ¡A las diez menos cuarto ya estábamos recaudando!
—¡Diablos!
—Sí; y hemos batido el record: en menos de un mes, quinientas seis pesetas de ingresos —me declara la contadora.

Gastón Castelló, trabajando en su estudio

Todas las muchachas quieren hablar a un tiempo. Al saber que estoy haciendo una información para Estampa me llevan al domicilio de una de ellas, donde celebran sus reuniones. La presidenta, señorita Madrona, agita una campanilla, con tanto aire cuando menos como el señor Besteiro, para imponer silencio. La secretaria, Encarnita Llorens, da cuenta de la labor del día, mientras Maruja Cremades y Lola Misó, tesorera y contadora, respectivamente, se embrollan en un mar de calderilla. Las vocales, que son Rosa Sánchez, Mercedes Pérez, Rosa Peña, Lola Coloma, Remedios Juan y Vicenta Montaner, piden la palabra, aunque sea para hablar de sus novios.
—Ya hemos pedido la palabra en la reunión de la Comisión Gestora, y hemos apabullado a los hombres.
—¡No me extraña!
—Además, le sacamos dinero a casi todo el mundo —me explica una vocal—. Nuestra foguera es la que se mete con los estudiantes, y ya sabrá usted que la querían quemar en el taller. Pues bien; ayer, sin ir más lejos, ¡Lolita Misó y Rosita Sánchez le han sacado seis reales al presidente de la F.U.E.!
—¡Bien! ¡Viva la Comisión! —gritan todas las chicas.
—Pues yo —dice la presidenta— he hecho una suscripción de cinco pesetas semanales. Pero el pobre suscriptor padece una mujer horriblemente celosa y aún más avara. Así es que sólo podemos ir a recaudar cuando la fierecita está en misa. Nos escondemos tras una esquina, y cuando la vemos salir, ¡zas!, ¡el sablazo al marido, que es un pobre vejete!
—Yo tengo un caso aún más divertido —me cuenta otra—. El dueño del bar me da dos pesetas todos los meses, y me recomienda: Que no se entere mi mujer, ¿eh? Y su mujer me da tres pesetas, diciéndome: ¡Por Dios, que no se entere mi marido!
—Es imposible no ser generoso con ustedes, señoritas.
—Imposible... ¡Si viera usted algunos!
—A mí, el otro día —concluye tristemente una vocal—, un señor enfurecido me espetó: ¿Dinero para las «fogueres»?... ¡Eso! ¡Para que luego venga toda mi familia del pueblo, me invada la casa, devore mis provisiones, se diviertan y no me dejen dormir! ¡Al diablo las «fogueres».

Nosotras, de pintura entendemos más que nadie, aseguran las chicas,
mostrando sus labios y sus mejillas. Así es que su foguera va a salir maquillada

Las muchachas me llevan al taller para que vea su foguera.
—¡La más bonita!
—¡El primer premio tiene que merecer!
—Hace un mes que no descansamos. Cosemos los trajes para los ninots, ayudamos a sacar los moldes, a pintar. De noche recaudamos...
—Estarán ustedes deseando terminar.
—Deseando que llegue la plantá, para que los hombres vean lo que somos capaces de hacer.
—¡Vivan las chicas de Alacant! —grita la presidenta, llena de entusiasmo.
—¡¡Vivaaa!!

El taller donde se hace la foguera de la Comisión Femenina
está siempre así de animado. La entrada al mismo queda prohibida a los novios y admiradores

(Artículo publicado en el blog "La Foguera de Tabarca")

 
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